Compendio de sabiduría
Si el campo de los idiomas, en general, me resulta de mucho interés, el de las lenguas túrquicas, en particular, me parece apasionante. A diferencia de lo que suele pensarse, el turco es solo una parte de un todo que comprende aproximadamente treinta y cinco lenguas vivas y varias extintas. Se originaron posiblemente en la actual Mongolia o el sureste de Siberia y fueron extendiéndose por el continente asiático hasta llegar a territorio europeo, donde, aparte de Turquía, aún se hablan en zonas de Moldavia, Ucrania, Rumanía o Bulgaria. Más de doscientos millones de personas las utilizan en la actualidad y los expertos consideran que los lenguajes en los que se comunicaban los miembros de grandes civilizaciones como los hunos, los seliúcidas, los timúridas y, por supuesto, los otomanos eran de origen túrquico.
Había nacido Khoja Ahmed Yasawi en Ispijab, localidad que actualmente forma parte del estado de Kazajstán y es conocida como Sayram. Su padre se llamaba Ibrahim y fue un líder espiritual renombrado en la zona, tanto por sus prédicas como por la difusión del Islam que realizó en aquellos poco conocidos años de finales del siglo XI. Cuando el pequeño Ahmed tenía siete años se quedó huérfano, siendo Ibrahim enterrado en un lugar cercano a la vivienda familiar. Aproximadamente cinco siglos más tarde, sobre la tumba se construyó el mausoleo de Ibrahim Ata, como muestra de veneración a su progenitor. Tras ser saqueado y destruido, en el siglo XIX se levantó una nueva edificación que siguió atrayendo a numerosos peregrinos, tal y como sigue haciéndolo en la actualidad.
Tras el fallecimiento de su progenitor, el joven Ahmed quedó al cuidado del místico religioso Arystan Bab. Bajo su dirección espiritual, fue madurando y progresando en las diferentes etapas de su aprendizaje. Más adelante se mudó a Bukhara, donde continuó aprendiendo bajo la dirección de Yusuf Hamdani, reputado murshid de la orden sufí Naqshbandiyya. Con el tiempo, Yasawi se convirtió en el principal murshid de esa orden, antes de fundar la suya propia, a la que llamó Yasawiyya y que se hizo muy popular en las zonas de lengua túrquica. Posteriormente se trasladó a Turkestan, donde continuó difundiendo el Islam para luego dedicarse a la vida ascética. De esta manera, cavó con sus propias manos una celda subterránea que no abandonó hasta su fallecimiento, ocurrido hacia 1166 cuando contaba con sesenta y seis años de edad.
Considerado el primer poeta en lengua túrquica conocido, Khoja Ahmed Yasawi popularizó la poesía religiosa y tuvo una influencia decisiva en la literatura de los países túrquicos. Las leyendas en torno a su figura son numerosas. Así, se asegura que su mentor, Arystan Bab, era compañero del profeta Mohamed, con quien estaba un día comiendo dátiles. Uno de ellos se cayó al suelo y el profeta escuchó una revelación indicándole que esa semilla debía ser entregada ‘al musulmán Ahmed, que nacerá cuatro siglos después de ti’. Preguntó Mohamed que quien le daría el dátil a su futuro dueño y Arystan Bab se ofreció voluntario, siempre que Alá le diera cuatrocientos años de vida. Una vez realizado el mandato, el místico falleció y dos siglos más tarde se construyó un mausoleo sobre su tumba. La versión actual data de comienzos del siglo XX y es un concurrido sitio de peregrinaje en Kazajstán.
Ferviente seguidor de la orden Yasawiyya, Tamerlán estaba preparando la conquista de Bukhara cuando tuvo un sueño revelador. En él se le apareció Yasawi indicándole que próximamente se haría con el control de la población. En señal de agradecimiento, el caudillo timúrida decidió erigir un fastuoso mausoleo sobre la tumba del erudito, que había fallecido siglo y medio atrás. Sin embargo, la edificación se venía abajo una y otra vez. Entonces, Tamerlán tuvo otro sueño donde se le indicaba que, para tener éxito, primero debía construir un panteón sobre la sepultura de Arystan Bab. Una vez realizado éste, pudo por fin empezar la edificación del mausoleo de Khoja Ahmed Yasawi. Tras la muerte del líder timúrida, el edificio quedó inconcluso, tal y como puede verse hoy día. No obstante, esta magnífica estructura sirvió como modelo para Gur-e Amir, donde reposa el propio emperador, y, por extensión, para el archifamoso Taj Mahal. Dudo que el asceta Yasawi hubiera aprobado tanto despliegue de grandiosidad, pero, como admirador suyo, le agradezco a Tamerlán el intento.