Colores en el cementerio
Salvo en contadas excepciones, como es el caso del cementerio alegre de Săpânţa, ese pueblo en la región rumana de Maramureş donde sus habitantes ponen un contrapunto humorístico al habitualmente trágico hecho de morir, siempre he sentido mucho pudor a la hora de fotografiar cementerios y generalmente he acabado renunciando a hacerlo. Sin entrar en detalles sobre las creencias religiosas de los allí enterrados y las mías propias, el solo hecho de obtener imágenes del lugar de reposo definitivo de quienes en ellos yacen, más aún sin ese permiso que es inútil pedirles pues jamás podrán concederlo, suele parecerme una falta de respeto. Y al igual que ocurre con los miembros de ciertas culturas, siento que si fotografío tales lugares me llevo conmigo no sé si el alma de sus inquilinos pero sí algo de su dignidad, de esa pureza que se le supone a sitios sagrados como éstos.
Quizás a causa del colorido y el aspecto ciertamente optimista que desprenden los camposantos en Tonga, el simple hecho de fotografiarlos durante nuestra visita a estas islas no me causó remordimiento alguno. Tradicionalmente los enterramientos se realizan en el suelo y la tumba se rodea de banderolas y estandartes, siempre de vivos colores, a la vez que se cubre de flores que curiosamente suelen ser artificiales. Incluso en numerosas ocasiones no faltan objetos que resultan bastante fuera de lugar, como trozos de rocas volcánicas, conchas o incluso botellas de cerveza clavadas en el suelo. El conjunto ofrece al visitante un tono ciertamente peculiar y atrayente, que contrasta poderosamente con la solemnidad que preside la celebración de los funerales, cuya duración puede ser de varios días y donde se mantienen aún tradiciones ancestrales.
Debido a las profundas convicciones tan habituales en el pueblo tongano, para quien el sentimiento religioso, sea del tipo que sea, da sentido a su vida, diversos credos se han establecido con éxito en las islas, lo que ha llevado a un cierto sincretismo que se manifiesta comúnmente en sus cementerios. Así, modernas lápidas que dan fe de la identidad del yaciente, o incluso pequeños nichos, conviven junto a guirnaldas u otros artilugios como los mencionados anteriormente, que muestran la pervivencia de las creencias tradicionales. De la misma forma, algunas costumbres de antaño como la de cercenarse el dedo meñique de una mano en señal de duelo se han perdido, aunque se mantiene en ocasiones la de cortarse el pelo, especialmente entre las féminas relacionadas con el difunto de manera cercana.
Curiosamente, las únicas tumbas entre las que visité en Tongatapu que no fotografié fueron los llamados langi, que se encuentran en la localidad de Mu’a, antigua capital del reino tongano. Se trata de unas estructuras de roca coralina con aspecto de colinas artificiales, que servían como enterramiento a los monarcas del reino en tiempos pasados. El último de los Tu’i Tonga, denominación con la que se conoce a esos caudillos, allí sepultado practicaba ya la religión católica, por lo que el langi bajo el que fue enterrado está coronado con una cruz. En la actualidad algunos de estos lugares, que jamás han sido excavados como señal de respeto a quienes descansan allí para siempre, siguen siendo usados para dar sepultura a jefes locales que así lo desean y junto a ellos existen cementerios modernos donde reposan los ciudadanos de las aldeas vecinas.
Desde finales del siglo XIX, los reyes de Tonga y sus familiares cercanos descansan en el lugar conocido como Mala’ekula, situado cerca del Palacio Real en Nuku’alofa, actual capital del estado. Ambos están conectados mediante la calle llamada Hala Tu’i o camino real. Se denomina así esta vía al ser la última por la que el monarca circula durante su reinado, camino de su descanso eterno. Aunque el acceso a las tumbas reales está prohibido es posible echar un vistazo desde la verja de entrada, pudiéndose comprobar así que el sincretismo religioso se mantiene entre los miembros de la alta nobleza local en su viaje al más allá. El último en emprender el trayecto hasta la fecha fue Siaosi George Tupou V, penúltimo rey tongano cuyos festejos de coronación estaban prestos a celebrarse durante nuestra visita al país. Descanse en paz.