Cólera divina
Los antepasados de Chak-Balam se habían establecido allí varios siglos atrás, tras emprender una ardua búsqueda de un lugar que ofreciera condiciones suficientes de protección contra sus enemigos. Aquel sitio junto al mar les pareció ideal y se aplicaron duramente a la tarea de construir la ciudad, a la que llamaron Zamá, que significa amanecer, pues desde allí podían contemplar la salida del dios sol, que se levantaba lentamente sobre el mar cada día. Al igual que su padre, Chak-Balam era sumo sacerdote y, por tanto, el encargado de dirigir esas ceremonias rituales en las que participaba toda la comunidad y en las que se practicaban ofrendas a los dioses. Y no dudaba en entregarles su propia sangre, o la vida de algún prisionero, cuando se acercaba la época de la siembra, con el fin de que la cosecha resultante fuera beneficiosa para su pueblo.
Se cree que la ciudad cuyas ruinas conocemos como Tulum, que significa muralla, fue construida aproximadamente en el siglo XII en un lugar estratégico al borde del mar. Estaba fuertemente amurallada por tres de sus lados, mientras que el cuarto era protegido por un acantilado de difícil acceso. En su parte más alta, y casi al borde del precipicio, se situaba el templo principal, de forma que gozara de la mayor protección posible contra un supuesto ataque exterior. Delante de él se encontraba la explanada donde eran celebradas las ceremonias religiosas, mientras que las viviendas se levantaban en la zona opuesta al santuario, protegidas por la muralla. Disponía ésta de unas pocas y estrechas entradas, así como de unas pequeñas torres de observación, formando todo ello un conjunto de aspecto inexpugnable.
En su papel de sumo sacerdote, otra de las tareas de Chak-Balam tenía que ver con la contemplación de los astros y la predicción de fenómenos meteorológicos. Tras muchos años aplicando los conocimientos adquiridos de sus predecesores, y a costa de laboriosas observaciones de los cuerpos celestes, había llegado a ser un experto astrónomo. Adquirió una enorme notoriedad en Zamá con la revelación de un eclipse total, aquel infausto día cuando el dios sol se oscureció por completo augurando grandes desgracias para los meses venideros. En un intento de contrarrestar la cólera de Kinich Ahau, numerosas ofrendas tuvieron efecto en diversas ceremonias, incluyendo el sacrificio de las más bellas y jóvenes doncellas de la comunidad, que fueron arrojadas vivas al cenote sagrado en un intento de aplacar su ira.
Tulum es hoy probablemente el mejor ejemplo de ciudad fortificada maya que se conserva. Aunque sus construcciones no poseen la espectacularidad que caracteriza a otras cercanas, fundamentalmente a la pirámide de Chichén Itzá, su fascinante emplazamiento resulta muy atractivo para los viajeros que, como si de conquistadores modernos se tratara, hasta allí se acercan en masa. La masiva figura de su templo principal, conocido como el castillo, semeja un enorme vigía en la parte más alta del risco. De hecho, hay teorías que defienden la hipótesis de que, aparte de sus evidentes connotaciones religiosas, esta estructura pudo utilizarse también como observatorio astronómico o incluso como faro para las embarcaciones mayas que a esta costa del Yucatán se acercaban. Un aliciente más de Tulum es la preciosa playa situada junto a la base del acantilado, quizás la más pintoresca entre las localizadas en esta zona tan demandada por el turismo internacional.
Jornadas de bonanza siguieron a la muerte de las doncellas, como si Kinich Ahau se hubiera sentido satisfecho con el ofrecimiento y sus ganas de venganza se hubieran saciado. Era la época de la siembra del maíz en Zamá y los hombres se aplicaban en la faena, mientras las mujeres se dedicaban a sus habituales labores de confeccionar vestidos y elaborar productos artesanos. El astro rey apenas comenzaba a despuntar una mañana cuando una nave, la más grande que los ojos ya viejos de Chak-Balam habían visto en su vida, apareció en el horizonte. El sumo sacerdote siguió su trayectoria con detenimiento y, cuando se acercó a la orilla, pudo ver como una figura, de cabellos y barba tan dorados como los reflejos del dios sol en el agua, asomaba en la cubierta. Y a Chak-Balam ya no le cupo duda alguna: Kinich Ahau descendía del cielo bajo apariencia humana para expresar su ira y sus malos presagios estaban a punto de cumplirse.