MunDandy

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República Dominicana

Caribeña en el Caribe

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Aunque el título de este relato parece una perogrullada, en realidad no lo es tanto si se tiene en cuenta que, en la mayoría de los estados cuya costa está bañada por las aguas del afamado Mar Caribe, es realmente difícil encontrar playas que respondan al estereotipo creado respecto a ellas en Europa. Continuamente somos bombardeados con mensajes, subliminales o no, que nos indican las inmensas bondades del mencionado litoral, su arena blanca, el azul turquesa de sus aguas, la vegetación tropical que lo bordea. Incluso el aspecto físico de sus habitantes se glosa habitualmente con el único fin de atraer al visitante. Pero no siempre es oro todo lo que reluce y en innumerables ocasiones lo que te encuentras al llegar a tu paraíso particular no responde a tus expectativas e incluso puede ser realmente decepcionante.

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Isla Saona es un cayo situado a escasa distancia de la costa sureste de La Española, isla así bautizada por Cristóbal Colón cuando arribó a ella y cuya superficie actualmente comparten los estados de Haití y la República Dominicana. De tamaño similar al de Formentera, Isla Saona alberga numerosos endemismos vegetales y una interesante fauna, en la que destacan diversas especies de tortugas, iguanas, alguna cotorra en peligro de extinción e incluso manatíes. Debido a esto, la totalidad de su superficie está protegida al formar parte del llamado Parque Nacional del Este, que hasta allí se extiende desde la isla principal. Afortunado amparo éste, que ha provocado que Isla Saona esté completamente libre de megahoteles, resorts y otras barbaridades urbanísticas que, sin duda, habrían aflorado en las costas de la isla en su defecto.

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A pesar de que en la mayor parte de las agencias de viaje y touroperadores vendan unas vacaciones en la República Dominicana como caribeñas, lo cierto es que toda su costa norte no se asoma al Mar Caribe, sino al Océano Atlántico. Dura realidad, con la que se habían encontrado varias parejas de recién casados españoles que allí conocí aquel verano de 1994. Empezaban entonces las playas dominicanas a ponerse de moda como destino puntero para pasar lo que se ha dado en llamar luna de miel, pero que a algunos de ellos les parecía más hiel que otra cosa. Bastante decepcionado también con lo que había visto del país hasta entonces, decidí encaminar mis pasos hacia Isla Saona, situada en la costa sur de La Española y por consiguiente plenamente caribeña, para ver si allí las cosas pintaban de otra manera.

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A bordo de una especie de catamarán me dirigí hacia la pequeña isla, situada a escasa distancia de su hermana mayor. Al aproximarnos a tierra ya empecé a notar la diferencia: aguas cristalinas de preciosa tonalidad verdosa lamían suavemente una delgada estría costera, cuya continuidad con la línea del cielo era solo interrumpida por la esbelta silueta de decenas de cocoteros. Isla Saona daba también la impresión de ser un islote deshabitado, cuya tranquilidad estaba a punto de verse quebrada por aquellos que la mirábamos extasiados desde la cubierta de la embarcación. Tan solo algunos niños jugaban en la arena, hasta la que habían llegado, sin duda, atraídos por la presencia de aquellos extranjeros tan impresionados con la imagen del lugar donde transcurría con calma su vida cotidiana.

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Isla Saona debe su aspecto virginal a las estrictas leyes que impiden construir en ella. Tan solo hay un par de poblados en el cayo, donde viven un puñado de habitantes dedicados fundamentalmente a la pesca. Por suerte para su privilegiada delicadeza, solo es posible acceder a ella en el día, regla que protege su espacio vital impidiendo cualquier intento de estancia en su superficie. Por suerte, sus moradores parecen concienciados de la necesidad de cuidar el sensible entorno en el que les ha tocado vivir. Había dado por fin con el Caribe prometido, ése que tan fácilmente venden las agencias pero que a veces es tan difícil de encontrar. Ojalá las autoridades dominicanas continúen haciendo oídos sordos a los cantos de sirena que seguro les llegan. Porque, mientras esto siga sucediendo, tan solo la esbeltez de sus cocoteros interrumpirá la línea del cielo en tan preciado lugar.

2 COMENTARIOS

  1. Interesante lugar. Me ha recordado a las islas de San Blas, que por la presión turística están perdiendo su caracter único a ritmos forzados.

    • Si Isla Saona todavía está libre del turismo masivo, las megaconstrucciones hosteleras y cualquier tipo de desastre ecológico, es gracias a los esfuerzos que han hecho los gobiernos dominicanos por protegerla. Es muy de agradecer.

      Muchas gracias por tu comentario.

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