Capitolio en miniatura
Desde que Palaos consiguió su independencia y pasó a ser miembro de Naciones Unidas en 1994, la ciudad de Koror había venido ejerciendo la capitalidad del país. A pesar de que la población total de esta localidad no llega a alcanzar los quince mil habitantes, dato que la convertía sin duda en una de las capitales menos pobladas del mundo, en Koror viven casi un ochenta por ciento de los habitantes del estado, lo que da una idea de su escasez demográfica. Tan reducidas dimensiones contribuyen además a que la tranquilidad sea la reina en sus calles, al menos a ojos de un occidental. Pero sus ciudadanos comenzaban a estar un tanto estresados ante el crecimiento experimentado en los últimos tiempos.
Tamaña superpoblación no podía traer más que problemas, como era de esperar. Un país prácticamente libre en todo su territorio de la degradación medioambiental comenzaba a presentar ciertos riesgos ante la dificultad de procesamiento de la basura generada por los cada vez más numerosos habitantes de Koror. La ciudad está situada en la isla homónima que, debido a su pequeño tamaño, hacía un tanto dificultosa su expansión. A pesar de que desde hacía un tiempo ya había comenzado a extenderse por las islas vecinas, a las que está conectada mediante un complejo sistema de puentes. Había por tanto que encontrar una solución para evitar la excesiva concentración de población en este lugar, minimizando así los problemas que ello acarreaba.
Geográficamente Palaos es un país un tanto asimétrico, formado por unos centenares de pequeñas islas situadas al sur de otra de tamaño muy superior llamada Babeldaob. La superficie de esta última es aproximadamente trescientos kilómetros cuadrados, lo cual es mucho para esta zona. De hecho, ésta es la segunda isla en tamaño de toda Micronesia, tan solo superada por la no muy lejana Guam. Pero a pesar de que Babeldaob concentra más del setenta por ciento del territorio nacional apenas está habitada, pues su escasa población es proclive a emigrar a Koror en busca de mejores oportunidades. Parecía por tanto el sitio ideal para establecer una nueva capital que descongestionara un tanto a la anterior y tuviera más posibilidades de crecimiento.
El sitio elegido fue el denominado Ngerulmud, situado en el estado de Melekeok, uno de los dieciséis que componen el país. A pesar de que en un mapa da la impresión de que el trayecto entre Koror y Ngerulmud es considerable, en realidad apenas veinte kilómetros separan ambos lugares. Tal distancia parecía suficiente para cumplir con los objetivos que el Gobierno palauano se había marcado. De modo que hace pocos años, una vez las nuevas sedes del poder ejecutivo, legislativo y judicial estaban listas, los funcionarios gubernamentales comenzaron a trasladarse a sus nuevos lugares de trabajo. Cuya situación sobre una pequeña colina, desde donde se tienen buenas vistas de las azules aguas del Pacífico, resultaba excelente.
Mientras nos dirigíamos hacia Ngerulmud no podía imaginar lo que íbamos a encontrar allí. Ya desde la distancia pude vislumbrar una impresionante construcción blanca, de aspecto neoclásico, tocada por una gran cúpula. A pesar de sus dimensiones, un tanto desproporcionadas para un estado tan pequeño, parecía una versión reducida del Capitolio de Washington. Al ser día de fiesta el lugar estaba prácticamente despoblado, lo que hacía más evidente aún la exagerada ostentosidad de la edificación, hecho paradójico en un país cuyos habitantes carecen de jactancia por completo. Han pasado unos años desde su inauguración y parece que Ngerulmud no ha conseguido aliviar aún los problemas de Koror. Aunque con sus poco más de cien habitantes, todos ellos trabajadores del Gobierno, haya conseguido arrebatarle el título de capital más pequeña del mundo.