Canal del Mediodía (por Jorge Sánchez)
Gracias a haber ganado un premio en una rifa en un hotel de Lloret de Mar (Gerona) donde trabajaba de friegaplatos, disfruté de una estancia de tres días con dos noches en un hotel de Cap D’Agde, en la región francesa de Occitania, que me incluía una excursión de un día entero a bordo de una barcaza por el Canal del Mediodía. El día señalado, tras el desayuno, un guía turístico nos condujo a todos los agraciados con el premio hasta Cap D’Agde en un minibús. Al llegar, los recepcionistas del hotel asignado solamente nos entregaban la llave de nuestras habitaciones si nos desnudábamos por completo, cosa que era allí obligatoria.
Fue un shock para mí. Hasta entonces ignoraba que Cap D’Agde representa el mayor complejo naturista del mundo. Soy una persona muy recatada, además de cristiano católico apostólico romano, por lo que mi primera reacción fue la de renunciar al premio y regresar a mi hotel en Lloret de Mar a seguir fregando platos, pero al final recapacité y recordé el sabio refrán que aconseja «cuando estés en Roma haz como los romanos», así que finalmente me desnudé y me quedé. Esa noche, durante la cena, oí a mis vecinos de mesa cómo hablaban peyorativamente de los «textiles» (así se referían a los que se visten con ropa) e incluso utilizaban improperios contra ellos. Algunos clientes seguían modas para maquillarse el pubis, o se tatuaban sus sitios más íntimos con motivos florales. Todos iban como Adán y Eva, sin ni siquiera taparse las partes pudientes con una hoja de parra.
El día siguiente el guía nos sacó de excursión y nos dirigimos en minibús a la ciudad de Agde. Allí abordamos un péniche (barcaza) y comenzamos la navegación por el Canal del Mediodía. Atravesamos diversas esclusas para alcanzar el nivel del otro fragmento del canal. Era un viaje muy relajante y bello por la naturaleza; navegábamos a 8 kilómetros por hora. Todos los pasajeros a bordo éramos «textiles»; todos íbamos vestidos. El guía nos contó que la construcción del Canal del Mediodía para que los barcos cruzaran desde el océano Atlántico al mar Mediterráneo sin pasar por el estrecho de Gibraltar, se llevó a cabo durante la segunda mitad del siglo XVII por un ingeniero francés llamado Pierre-Paul Riquet, a quien le conocían por el «Moisés del Languedoc», pues había nacido en Béziers. Él proyectó unir el río Garona con el mar Mediterráneo a través de las ciudades de Burdeos, Tolosa, Carcasona, Béziers y Marseillan. Con toda propiedad se puede afirmar que la longitud neta del canal es de 241 kilómetros, los que median desde la ciudad de Tolosa hasta la de Marseillan, cerca de Cap D’Agde. En sus tiempos, la finalización de ese canal navegable aprovechando el río Garona fue considerada la obra más «faraónica» de toda Europa durante el siglo XVII. Pero no tuvo larga vida; su importancia estratégica decayó cuando se inventó el ferrocarril. Por las fotos de un librito que nos habían regalado advertí que a veces esas barcazas eran arrastradas desde las orillas del canal por caballos de tiro. Le pregunté a un grumete si a nuestra barca también la arrastrarían caballos, pero me dijo que no, que eso sucede cerca de Carcasona. A bordo nos dieron de comer un plato occitano típico llamado cassoulet, consistente en alubias con un trozo de pato y morcilla, más media botella de vino de garrafa y un café de sobre. No estuvo mal.
Llegamos hasta un poco más allá de Béziers, donde nos esperaba nuestro minibús para devolvernos a Cap D’Agde. En total habían sido 5 horas de tranquilo paseo en barco. Hubiera querido continuar hasta el océano Atlántico, pero ese viaje completo de mar a océano, o viceversa, toma doce días de tiempo; lo nuestro había sido simplemente un «aperitivo» para familiarizarnos con el Canal del Mediodía. De regreso en el hotel me duché y al rato, desnudo por completo, me dirigí al restaurante para cenar. Al día siguiente me vestí y regresé aliviado a Lloret de Mar, en España.