Una mezcla de nerviosismo y emoción flotaba en el ambiente aquella lejana tarde en la población de Valencia de Alcántara. Habían transcurrido largas y duras jornadas de preparativos desde que sus majestades los reyes, a quienes pocos meses atrás les había sido concedido el título de Reyes Católicos por medio de una bula papal, acordaran con su homónimo portugués la celebración del enlace en esta villa fronteriza. La noticia corrió como la pólvora por el pueblo y de inmediato sus habitantes se pusieron manos a la obra para agasajar a los contrayentes y sus ilustres invitados. Y es que no todos los días la localidad era testigo de un acontecimiento de tal importancia, que representaba un paso más en la aspiración de la reina Isabel de unificar todos los territorios ibéricos bajo la misma corona.

No había sido fácil convencer a la infanta Isabel, primogénita de los Reyes Católicos, para que aceptara el compromiso con Manuel I, rey de Portugal. Tras enviudar del anterior heredero al trono luso, el infante Alfonso, de quien estaba muy enamorada, había tomado la firme decisión de pasar el resto de su vida encerrada en un convento. Sin embargo, ante el interés mostrado tanto por el monarca portugués como por sus propios padres, no tuvo más remedio que acceder. Y, acompañada por éstos, a mediados de septiembre de 1497 puso rumbo hacia la mencionada ciudad fronteriza, donde debían celebrarse los esponsales unas semanas más tarde.

A la llegada de ambas comitivas a Valencia de Alcántara la población ya mostraba sus mejores galas. Sirvió el castillo situado en la parte más elevada de la localidad para hospedar a los reyes y parte de su séquito, mientras que el resto del cortejo encontró aposento en las mansiones de los hijosdalgos residentes en la villa. Juglares y trovadores llegados de diversas partes del reino amenizaron los festejos, que duraron varios días. Los manjares más exquisitos fueron preparados para la celebración. Nobles y pueblo llano se mezclaban en las calles de la localidad, engalanadas por los residentes para la ocasión, donde el jolgorio y la algarabía eran los principales protagonistas.

La ceremonia tuvo lugar en la iglesia, dedicada inicialmente a Santa María pero ya por entonces conocida con el actual nombre de Nuestra Señora de Rocamador, adyacente al castillo y protegida por la muralla que rodeaba por completo la población. Prácticamente no quedan restos de este templo primigenio en Valencia de Alcántara, pues pocas décadas más tarde fue reemplazado por el que ha llegado hasta nuestros días, de fábrica tardogótica y fachada barroca. Pero teniendo en cuenta la magnitud del evento, que congregó a un número importante de reyes, nobles y altos dignatarios, no es descabellado pensar que el edificio original ya mostrara unas dimensiones considerables, quizás similares a las del actual.

Han transcurrido más de quinientos años desde la celebración de aquella boda regia en Valencia de Alcántara y los actuales habitantes de la localidad conmemoran una fecha tan señalada con diversos festejos. Culmina los actos una escenificación del enlace, cuyos personajes son representados por actores aficionados de ambos lados de la frontera. Al igual que entonces, la población disfruta con alegría del evento y el casco histórico de la villa es engalanado como si el tiempo no hubiera pasado y tal acontecimiento fuera a celebrarse en la actualidad. De la importancia de esta efemérides da idea el que un hecho acaecido aquellos días estuvo a punto de cambiar la Historia, uniendo para siempre ambas coronas. Pero los deseos de Isabel la Católica no se cumplieron y Valencia de Alcántara mantiene aún esa idiosincrasia fronteriza que desde tiempos inmemoriales la caracteriza.