Camagüey (por Jorge Sánchez)
Viajé de Santiago de Cuba a Camagüey en autobús. Para desplazarme entre ciudades, como los trenes tenían un servicio irregular e imprevisible utilizaba el autobús de los extranjeros, que se llama Viazul. Es mucho más caro que el local pero cuando en la terminal vas a preguntar por un pasaje, por los ropajes y el acento del español saben al instante que eres extranjero y te mandan a Viazul, que por lo menos disponen de autobuses más o menos puntuales mientras que los locales no lo son, pues siempre van haciendo paradas por el camino buscando gasolineras abiertas, y si no encuentran combustible se paran durante horas esperando a que lo traigan, o anulan el viaje. Eso sí, el paisaje es bello y amenizado por multitud de letreros para mantener a la población feliz con su régimen socialista, como uno donde se veía la foto de Fidel Castro junto a la del venezolano Hugo Chávez. Con frecuencia ves escrita la palabra «Podemos» en frases tales como «Pudimos, podemos y podremos», o «¡Sí Podemos!», con la foto de Fidel Castro y su sanguinario hermano Raúl, o la del argentino «Che» fumándose un puro mientras presenciaba regocijado los fusilamientos de cubanos que él ordenaba desde la fortaleza de San Carlos de la Cabaña. Y la palabra «Producir» también era muy popular en las carreteras, animando a la población a producir más para ganar unos pocos pesos más, y así aumentar su salario medio del equivalente a 20 euros al mes hasta los 30 o 40, y poder comer a diario un poco más de arroz y espaguetis.
De la terminal de autobuses caminé al centro de la ciudad. A la entrada vi un letrero anunciando que Camagüey era un Patrimonio Cultural de la Humanidad, y le pedí a un indígena que me hiciera una foto de recuerdo frente a ella. Pronto encontré en el centro una casa habitada por una simpática familia con un niño pequeño que me ofreció una habitación magnífica por 15 CUC (o 14 euros). Allí me alojaría dos días, los suficientes para conocer bien las cinco plazas que componen el Patrimonio Mundial de Camagüey, ciudad fundada por los españoles a principios del siglo XVI:
– Parque Martí
– Plaza del Carmen
– Plaza de los Trabajadores
– Parque Agramonte
– Plaza San Juan de Dios
En el Parque Martí (en honor al héroe cubano José Martí, que vivió un tiempo en Valencia, España, graduándose en Derecho Civil y en Filosofía y Letras en las universidades de Madrid y Zaragoza), entré en la catedral Nuestra Señora de la Candelaria, fundada por los españoles. Como había misa asistí a ella, y al acabar le compré un cirio al monaguillo del párroco. La Plaza del Carmen me resultó original por su iglesia y sus estatuas de bronce que embellecían el entorno, representando actividades de los nativos tales como un hombre arrastrando un carro de botijos, tinajas varias, mujeres sentadas a la fresca criticando a sus maridos, o una pareja de enamorados abrazándose. Otra plaza que me pareció curiosa por sus edificios fue la de los Trabajadores. En ella vi dos veces el retrato del inevitable argentino «Che», que muchos jóvenes, ignorando su sadismo, le idolatran y hasta visten camisetas con su imagen. Frente a esos retratos se hallaba el convento de la Merced, adonde entré un rato para rezar. En el Parque Agramonte entré en un museo cuya fachada de color azul me sedujo. Era la Casa de Trova y había pertenecido a un español durante el siglo XIX. Aparte de mostrar trebejos, aperos de labranza relacionados con la vida cotidiana de los agricultores y alfareros, en su patio central se ofrecen serenatas de música caribeña.
La plaza que me pareció más bella de las cinco fue la de San Juan de Dios. Su suelo empedrado más los balcones de las casas de planta baja, los ventanales y los techos con tejas me recordaron a la España profunda; me parecía estar en algún pueblo entrañable de Extremadura o Andalucía. Estaba llena de turistas sentados en las terrazas de sus bares tomando ron mientras unos músicos interpretaban temas de chachachá. En Cuba, además de muchísimos otros productos de primera necesidad, también podría escasear la leche, los yogures, la carne, el pollo, y los huevos que se vendían a precios disparatados en el economato racionados con cartilla, pero ron y música caribeña había en abundancia. El tercer día abordé un autobús de Viazul y seguí viajando descubriendo Cuba.