Burdeos (por Jorge Sánchez)
Me quedé una semana en casa de una amiga de Burdeos. Fue en los años 80 del siglo XX, pero todavía recuerdo que vivía en la céntrica Rue du Couvent, junto al río Garona. Era profesora (todavía hoy mantenemos una relación epistolar) y mientras ella se iba a trabajar a la escuela, yo me dedicaba a conocer la ciudad a pie. Cuando nos reencontrábamos por la noche siempre me hacía un examen, como si fuera un alumno de su escuela, y me preguntaba si había visto esto o aquello, y si me había dejado algo notable, me regañaba y me instaba a no perdérmelo al día siguiente. Fue gracias a ello que tuve la oportunidad de familiarizarme bastante bien con esa ciudad, capital de la antigua región de Aquitania.
Siendo un enamorado del Camino de Santiago, mi primera visita en Burdeos fue a la Basilique Saint-Michel, escala para los peregrinos de la Vía Turonensis (o Camino de Tours), una de las cuatro vías principales que forman el Camino Francés (las otras tres son: Vía Tolosana, Vía Lemovicensis y Vía Podiensis). Además de la basílica de Saint Michel también visité la catedral (advocada a San Andrés) y otras iglesias. Pero la atracción turística más destacable era la parte correspondiente al conocido como Puerto de la Luna, y lo que más cerca tenía de la Rue du Couvent era la Place de la Bourse, que era la antigua Place Royal. Casi todos los monumentos más remarcables de Burdeos, como esa Place de la Bourse, habían sido erigidos en el siglo XVIII, durante el período de la Ilustración francesa, o el Siglo de las Luces.
Aunque Burdeos es una ciudad fundada por los antiguos romanos el siglo I antes de Jesucristo, pocos vestigios de ellos se encuentran hoy en esa ciudad. Yo creí al principio que el Puente de Piedra sobre el río Garona sería romano debido al nombre, y lo recorrí ida y vuelta. Pero no era de los romanos, sino construido durante el siglo XIX, en tiempos de Napoleón Bonaparte, y fue el primero de la ciudad. No me perdí la inmensa Place des Quinconces ni la visión del espectacular Gran Teatro (aunque no entré en él), pero lo que más recuerdo de esa hermosa ciudad son sus bulevares centrales, en especial uno llamado «allées de Tourny» lo que a veces hacía que me sintiera en París. El fin de semana nos fuimos en coche a la cercana duna de Pilat, la más alta de Europa. Y al día siguiente regresé a mi pueblo Hospitalet de Llobregat, en España.