Brota la mañana
«Morning has broken like the first morning
Blackbird has spoken like the first bird» (Tradicional Arreglos: Cat Stevens)
No ha brotado aún la mañana cuando me encamino hacia La Campiña. Acompañado tan solo por mis circunstancias, ésas que un reputado filósofo consideraba inherentes al yo, me dirijo hacia alguna de esas callejas que de tanto pisarlas parece que identificaran mis pasos y salieran a su encuentro. La naturaleza, siempre genuina en esta olvidada zona del oeste español, me espera con sus brazos abiertos para ofrecerme un inolvidable espectáculo acústico y visual. El canto del gallo, los trinos de los pájaros, el repique de los cencerros, los mugidos de alguna vaca solitaria garantizan un grandioso concierto, con el contrapunto de los primeros rayos de sol prodigándose generosos en el horizonte.
En el municipio extremeño de Valencia de Alcántara se conoce como La Campiña a un espacio natural que se extiende desde la localidad en sí hasta la frontera portuguesa. A grandes rasgos su superficie supone aproximadamente una tercera parte del total del término municipal, lo que equivale a unos doscientos kilómetros cuadrados. En este territorio existen diversos núcleos de población, que en conjunto se acercan a las quince unidades. Ninguno de ellos supera los ciento cincuenta habitantes censados en la actualidad y su total puede estimarse en apenas novecientas personas a lo sumo. La densidad de población, por consiguiente, se sitúa en torno a los cuatro habitantes y medio por kilómetro cuadrado, similar a la de los países menos poblados del mundo.
Avezados por la costumbre, mis pies se dirigen raudos hacia alguno de los múltiples senderos que se entreveran en la comarca. Con la excusa de buscar un dolmen, ver una iglesia o admirar un árbol centenario me integro en un entorno cautivador, que me atrapa irremisiblemente. Disfruto cada paso, cada aliento, cada mirada, cada sonido. Tan solo los rayos de sol me salen al paso, dando calor y esperanza a mi presuroso caminar. Abrumado por la belleza del entorno que me rodea trato de concentrarme en mis pensamientos, en el habitualmente vano intento de responder a las arduas cuestiones que la naturaleza me plantea.
Tanto desde el punto de vista natural, como el costumbrista y el cultural, numerosos puntos de interés se distinguen en La Campiña. Las joyas de la corona seguramente lo sean las numerosas muestras de megalitismo dispersas por la comarca, que reúne uno de los conjuntos de dólmenes más interesantes a nivel mundial. No se quedan atrás algunas edificaciones religiosas entre las que sobresale el convento de San Pedro de los Majarretes, donde un joven Fray Pedro de Alcántara tomó los hábitos franciscanos allá por los albores del siglo XVI. Y no deberían obviarse diversos conjuntos de arte rupestre dispersos por el entorno, así como el fascinante y misterioso lugar conocido como Berrocal de Las Datas.
Ya se encuentra el astro solar dominando el horizonte cuando emprendo el camino de retorno. Siempre tomando una ruta que me lleve al punto de partida de forma circular, a la manera peripatética. Reflexionando sobre la vida mientras camino, como enseñaba Aristóteles a los miembros de esa escuela que él mismo fundó. En pleno contacto con la naturaleza y avanzando por tramos donde abunda esa construcción en piedra seca ya casi echada a perder. Sin mirar atrás, con la vista puesta tan solo en el pintoresco escenario que se abre ante mis ojos. Al alcanzar la meta, me satisface comprobar que esas circunstancias que me acompañaban al inicio se han despojado de parte de su peso, convirtiéndose en mucho más llevaderas.