Brindis sagrado
«Del mismo modo, tomó el cáliz
y se lo dio a sus discípulos diciendo:
‘Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre.'» (Mateo 26: 27-29)
Narrada por los cuatro evangelistas, La Última Cena es un acontecimiento que relata la última vez en la que Jesucristo congregó a sus discípulos con el fin de compartir un refrigerio antes de su muerte. Sobre este episodio bíblico han corrido ríos de tinta y se han desarrollado las teorías más peregrinas, que incluyen el menú compartido por los asistentes o los temas de conversación que mantuvieron durante el encuentro. Incluso diversas supersticiones que siguen vigentes dos milenios más tarde se consideran relacionadas con aquel convite. Por ejemplo, el mal presagio atribuido al número trece, puesto que ésa era la cifra total de asistentes aquella velada incluyendo a Judas Iscariote; o el maleficio atribuido al derramamiento de la sal, porque se afirma que el propio Iscariote la vertió sobre la mesa aquel día.
Más de mil doscientos años habían transcurrido desde aquel acontecimiento cuando comenzó a ser edificada la catedral de Valencia. Tal y como suele ser habitual en las catedrales españolas muestra una mezcolanza de estilos, aunque el que predomina en el conjunto es el denominado gótico valenciano. Surgida en el Reino de Valencia entre los siglos XIII y XV, esta tendencia arquitectónica se caracteriza por una fuerte influencia del gótico flamígero, que se pone de manifiesto en la amplitud del espacio, así como en la escasez de decoración y la aparición de contrafuertes. Este concepto está especialmente presente en el campanario de la catedral, popularmente denominado Miguelete, y en la antigua Sala Capitular, actualmente conocida como Capilla del Santo Cáliz.
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Existe cierta unanimidad entre los expertos en que la mejor representación del evento anteriormente mencionado es el mural conocido como La última cena. Fue pintado por Leonardo da Vinci a finales del siglo XV, directamente sobre una pared del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán. Se aproxima a los diez metros de largo por unos cinco de alto y representa a Jesucristo junto a los doce apóstoles, justo en el momento en el que el Mesías afirma con rotundidad que iba a ser traicionado por uno de ellos. La maestría de su autor queda puesta de manifiesto en las diferentes expresiones que muestran cada uno de los rostros de los presentes, que constituyen un perfecto estudio del alma humana.
A diferencia de lo mencionado por los evangelistas, en la pintura mural de Leonardo da Vinci no existe atisbo alguno de un cáliz o una copa. Sin embargo, de acuerdo con la tradición cristiana, José de Arimatea utilizó el cáliz consagrado por Jesucristo en la cena para recoger la sangre y el agua emanadas de la herida abierta en su costado tras el lanzazo de un centurión. Ya en la Edad Media comenzó a conocerse esta copa legendaria como Santo Grial y diversos estudiosos se pusieron manos a la obra en su búsqueda, partiendo de la base de que tradicionalmente se consideraba que había sido llevado a tierras británicas.
Diversas localidades se disputan la posesión del Santo Grial, tan preciado que incluso los nazis lo estuvieron buscando en España en la primera mitad del siglo XX. Aunque la Iglesia católica no se ha posicionado de manera explícita al respecto, implícitamente parece identificarlo con el Santo Cáliz guardado en la antigua Sala Capitular de la catedral de Valencia. No en vano los dos Papas que han visitado la ciudad lo utilizaron durante las celebraciones que dirigieron en ella. Parece demostrado que la copa fue tallada en el siglo I y que llegó al Reino de Aragón procedente de Roma en torno al siglo III. Probablemente nunca se sabrá si el Santo Grial existió en realidad o no, pero tampoco importa. Nos queda el mensaje de paz y fraternidad difundido durante aquel brindis sagrado, que aún sigue vigente a pesar de que tantos lo hayan intentado obviar.