Brasilia (por Jorge Sánchez)
Brasilia me pareció la capital más moderna del mundo, una ciudad de ciencia ficción. Estaba diseñada en forma de avión, en cuyo morro había un lago artificial y unos veinte edificios gubernamentales que correspondían a otros tanto ministerios diferentes, más una iglesia subterránea con tres grandes ángeles de piedra colgados en su centro con cables. En cada ala estaban situadas las embajadas y las viviendas con un complejo hotelero. Y en la cola quedaba la rodoviaria. No era una ciudad adecuada para conocerla a pie; todo allí estaba ordenado por bloques, separados por enormes distancias matemáticas.
De la rodoviaria me desplacé en Metro al centro, y una vez allí recorrí a pie todos los edificios de Oscar Niemeyer, como la Biblioteca Nacional, el Museo Nacional, la Catedral Metropolitana Nuestra Señora de Aparecida, las estatuas de los Evangelistas más el Campanario (donado por el Gobierno Español un 12 de octubre, fiesta nacional española), el palacio Itamaraty, la plaza de los Tres Poderes (Palacio del Planalto, Supremo Tribunal Federal y Congreso Nacional), la Alameda de los Estados, más los edificios de las embajadas.
Me pareció que estaba viviendo un déjà vu, pues en 1986 había pasado en esa ciudad varios días tras haber trabajado en un centro turístico en el estado de Mato Grosso, por ello esta vez sólo empleé 3 horas en revisitarla. Además, me impacientaba por llegar con luz del día a mi siguiente destino, que era otro Patrimonio Mundial donde nunca había estado: la ciudad de Goiás, en el estado de Goiás.