Boyana (por Jorge Sánchez)
La mejor manera de conocer las ciudades es a pie. Desde la estación de tren me dirigí a la Iglesia de Boyana, en las afueras de Sofía. Me tomó algo más de una hora, y eso que camino rápido. Sólo me detuve en el centro, ante la iglesia del siglo IV dedicada a Sveti Giorgi, que no quedaba muy lejos de la catedral de Alejandro Nevski.
A la entrada a Boyana había una placa de UNESCO y explicaciones sobre la iglesia. Fue gracias a lo que leí en esa placa que supe que la fundación de la Iglesia de Boyana se inició a finales del siglo X y fue ampliada en los siglos XIII y XIX. La iglesia debe su fama a los frescos del año 1259, que están considerados precursores del Renacimiento Europeo. Pagué el precio de entrada al recinto, que se llamaba Museo Nacional de la Iglesia de Boyana. Al llegar a la entrada de la iglesia una guía me prohibió hacer fotos.
Otras condiciones eran que no podíamos estar dentro de la iglesia más de ocho personas, y un máximo de 10 minutos de tiempo. Pero como no había más turistas, se dedicó sólo a mí y me iba explicando cada parte de esa iglesia, que exteriormente no impresiona, pero sus frescos, de autor anónimo, son exquisitos. El primer fresco representaba a la Virgen María. La guía me interpretó que su presencia a la entrada de la iglesia significa que te avisa de que entras en un lugar sagrado, especialmente al altar, donde se hallan los frescos más bellos y mejor acabados. Otros frescos representan la vida de San Nicolás. También me mostró los frescos de San Jorge y de San Lorenzo. Los murales que estaba viendo se superponían sobre otros más antiguos, cosa que se hizo en el siglo XIII, tras un concilio cristiano.
La iglesia estaba consagrada a San Nicolás y a San Panteleimón. La guía me iba explicando que la reina de Bulgaria, Leonor Carolina Gasparina Luisa (nacida en Polonia), está enterrada junto a la iglesia, y me acompañó a través de un jardín hasta su tumba, la cual había sido profanada y destruida, pero tras la instauración de la democracia (en 1989), fue restaurada. Una vez fuera de la iglesia sentí frío, pero no físico, sino en mi alma. Algo especial tenía esa iglesia; me hizo experimentar sentimientos tiernos. El regreso lo hice en autobús, hasta la estación de tren, donde poco después abordé uno de ellos que se dirigía a Plovdiv.