La Oficina de Turismo de Bourges, adonde entré para recabar información y mapas sobre la ciudad, se halla justo en la parte medieval. Una empleada me dibujó un itinerario que seguía las huellas de la vieja muralla galorromana circundando la catedral, palacios varios y casas de entramado de madera.

Mi primera visita fue a la catedral de Saint Etienne, que es donde los peregrinos del Camino de Santiago que lo inician en Vézelay deben obtener el sello de la credencial. La hallé a través de callejones; parecía estar escondida. Los cinco tímpanos estaban primorosamente acabados, lo mismo que sus esculturas, sobre todo las del pórtico central, representando el Juicio Final, así como los frisos y las estatuas de mármol blanco de la cripta.

Pero, de entre todo, lo que más me emocionó fueron sus vitrales, tanto por sus fantásticos colores como por sus dibujos. Se dice que la catedral de Bourges está subestimada, sin embargo no tiene nada que envidiar a las de Chartres, Reims o París.

El giro a la parte histórica también fue particular. Bourges se considera una ciudad de alquimistas y se podían observar signos de esta antigua ciencia en algunas casas. Cuando me sentí satisfecho por la visita, me marché con viento fresco a viajar a otra parte.