Bichos que no pican
Localmente conocida como Borinquen, Puerto Rico es una isla bastante inusual en el Caribe debido a la suerte de esquizofrenia que se vive a cada momento entre lo hispano y lo sajón. Sus habitantes, puertorriqueños o boricuas, como ellos prefieren autodenominarse, están orgullosos de su cultura hispana y tienden a hablar español entre ellos. La cocina local es fundamentalmente caribeña, con algún toque hispano incluido, pero se ve mucha más gente obesa que en otros lugares del Caribe, debido sin duda a la moda del fast food importada de su hermano del norte. Las dos veces que he visitado la isla, modo en el que los locales se refieren a su tierra, me he sentido más en casa que en casi cualquier otro sitio del mundo, resto de Hispanoamérica e incluso bastantes lugares de España incluidos. Hecho que ha llegado a extrañarme hasta a mí, aunque sin duda la calidez de su gente y la familiaridad con el modo en el que se expresan en lengua castellana tienen mucho que ver.
Porque para mí no hay mejor manera de encontrarme integrado en un lugar que escuchar por la calle interjecciones como ‘¡acho!’ o incluso ese ‘¡chacho!’ que creía exclusivo de mi tierra extremeña. El español que se habla en la isla boricua está pleno de frescura y originalidad, resultado de la combinación de expresiones de diversas zonas de España con ingeniosas traducciones de esa lengua inglesa que todos sus habitantes manejan a la perfección. Frases casi literalmente extraídas del inglés, como ‘no te paniquees’, coexisten con otras tan genuinamente hispanas como esa ‘en el carro de Don Fernando, un ratito a pie y otro andando’ que tantas veces escuché en mi niñez con el único cambio de carro por coche.
Si un puertorriqueño te dice ‘vete pa’l Caribe Hilton’ con toda seguridad no te estará enviando hacia ese exclusivo hotel de San Juan. De todas formas, visitar el centro histórico de la capital boricua no es mala idea, ni mucho menos. Conocido localmente como Viejo San Juan, acumula numerosas edificaciones que retrotraen al intenso pasado de la ciudad y que actualmente la convierten en uno de los mejores ejemplos de arquitectura colonial hispana que pueden encontrarse en América. Entre ellas destacan dos de las fortalezas mejor conservadas en todo el continente americano, el Fuerte de San Felipe del Morro y el Fuerte de San Cristóbal, esta última la fortificación de mayores dimensiones que los españoles construyeron en el Nuevo Mundo.
Otra gran idea es ‘irse pa’ la isla’, como no dudaría en proponer todo boricua que se precie de serlo. La isla está llena de lugares de interés para el visitante, entre los que se encuentran algunas de las mejores playas del mundo, como la de Luquillo. Destaca también el bosque lluvioso denominado El Yunque, espacio natural de una increíble biodiversidad. Merece la pena cruzarla de norte a sur y dirigirse hasta la localidad de Ponce, de interés en sí misma a la vez que por el sitio arqueológico de Tibes, situado en sus inmediaciones. También hay que mencionar las cuevas de Camuy y el radiotelescopio de Arecibo, el más grande del mundo de una sola antena. Sin olvidar tampoco la laguna fosforescente de Fajardo, un lugar de ésos que cuesta creer que existan.
Mientras me afano en la ardua tarea de darle a la tecla, no puedo evitar sonreír al recordar la gracia con la que los boricuas se manejan en castellano. Debo agradecerles también el orgullo que sienten al utilizar mi lengua materna, que se expresa en situaciones como la de escribir ‘Pare’ en las señales de tráfico, en lugar del insulso y tedioso ‘Stop’. En la calle, expresiones como ‘parqueando el car’, ‘voy al shopping’ o ‘te llamo pa’ tras’ se oyen a cada momento. Para terminar, un consejo si me lo permitís. Cuando vayáis para Borinquen, si sufrís la mordedura de algún insecto no se os ocurra decir que os ha picado un bicho, pues el gufeo de vuestros interlocutores podría ser de órdago.