Bamberg (por Jorge Sánchez)
Empleé unas 5 horas a pie en visitar lo más destacable de Bamberg. Como tenía una reserva hostelera en una ciudad vecina, no me quedé a dormir. Desde la estación de tren comencé mi larga caminata para conocer los sitios más remarcables de Bamberg, de los cuales no quería perderme la catedral, el viejo ayuntamiento y la zona llamada Pequeña Venecia. Además, quería probar una cerveza especial que fabrican en Bamberg que tiene gusto a tocino.
Al cruzar el río Regnitz me acerqué a la Pequeña Venecia (Klein-Venedig), pero una vez allí me convencí de que muchas ciudades se aprovechan de la comparación con Venecia para promocionarse. Ese pequeño barrio de Bamberg no tenía ni punto de comparación con la auténtica Venecia italiana. El sitio consistía simplemente en unas cuantas casas de pescadores del siglo XIX. Pero bueno, ya lo había visto. Ahora me dirigiría a los platos fuertes de la ciudad con destino final la catedral, ubicada en lo alto de una colina dominando la ciudad.
La siguiente escala, donde me paré una media hora, fue el bello, original e inesperado Ayuntamiento viejo (Altes Rathaus), situado en una isla del río Regnitz. Las paredes estaban pintadas con frescos que databan del siglo XVIII. Ese viejo ayuntamiento sería lo que más me atrajo de todo Bamberg. Por el camino arriba me iba deteniendo para admirar edificios deslumbrantes, como casas de ricos comerciantes o conventos. De hecho, yo iba siguiendo cuesta arriba a diversos grupos de turistas con sus cámaras en ristre; todos se dirigían a la explanada de la catedral. Una vez llegados a la Catedral de los Santos Pedro y Pablo y Jorge (cuya primera construcción data del siglo XI, y se caracteriza por sus cuatro torres) todos los turistas experimentaríamos una decepción, pues estaban de obras y no se podía visitar su interior. Los folletos en español que me habían regalado en la Oficina de Turismo aconsejaban no perderse la figura del Jinete de Bamberg, del siglo XIII, cerca de la puerta de Santa María.
Todos los turistas se dispersaron, algunos entraron en el imponente edificio de la Biblioteca Estatal, justo enfrente, que había sido la residencia de los príncipes-obispos de Bamberg, mientras que otros se dirigieron resignados a los pubs a beber cervezas para desahogarse por no haber podido ver el interior de la catedral. Yo rodeé la catedral y en la parte posterior vi que unos obreros estaban entrando andamios y otros trebejos. Pedí entrar sólo un momento para santiguarme, y el capataz me permitió un minuto adentro, sólo un minuto para hacer la señal de la cruz frente al altar, pero sin visitar nada más ni comprar cirios. Yo obedecí, me coloqué un casco de protección sobre la cabeza y así lo hice, aunque una vez en el interior tomé subrepticiamente varias fotos. Fue poco lo que vi del interior de la catedral, pero ese minuto fue mejor que nada. De regreso a la estación entré en un supermercado y compré una cerveza local con sabor a panceta que me bebería de un par de tragos en menos que canta un gallo.