Bali (por Jorge Sánchez)
En el año 1983 visité Bali y tanto me hechizó la belleza de esa isla que me instalé durante un mes entero en un hotel entre Penelokan y Kintamani (el Lakeview Hotel, que todavía existe) como base para realizar excursiones. Desde mi cabaña disfrutaba de una vista espléndida del lago Batur y su montaña homónima, de unos 1.700 metros de altura. No me molestó en absoluto que la isla fuera muy turística, pues yo también estaba en ella en condición de turista.
Llegué a conocer bien la isla. Me desplazaba entre localidades en bemo, un tipo de furgonetas, y de esta guisa visité Ubud y sus terrazas de arroz con su sistema de riego llamado subak, y en esa población conocí al pintor español Antonio Blanco en su museo (me contó que se consideraba el sucesor del pintor español Salvador Dalí. Murió el año 1999), también contemplé la puesta del sol en el templo Tanah Lot a orillas del mar, las playas de arena negra de Singaraja, etc. Y una mañana descendí al lago, visité las aldeas de los pescadores y rodeé las dos calderas concéntricas donde se encuentra el volcán del monte Batur, que es activo. Pero sobre todo hice muchas amistades con los indígenas de la población donde me había establecido, quienes me invitaban a sus rituales hindúes, que eran casi diarios, y en los cuales participaba ayudando en su preparación con las plantas y las bandejas de fruta que cargaba sobre mi cabeza para depositarlas en los templos.
Como averigüé mucho tiempo más tarde tras mi primera visita (ya he estado 4 veces en Bali), ese lago más los sistemas de regadío Subak y varios templos balineses con los curiosos «techos», que también llegué a conocer, constituyen un patrimonio mundial en la lista de UNESCO desde el año 2012. Fui muy feliz ese mes en la idílica isla de Bali. Juré volver una quinta vez.