…y pude vislumbrar una extravagante construcción que asomó entre una densa bruma. Estaba situada sobre una colina, rodeada de una exuberante vegetación y decorada con vivos colores, entre los que destacaban el amarillo, el rosa, el rojo, el azul y un gris brillante, que contrastaban poderosamente con el verdor de la foresta circundante. Tenía un aspecto ecléctico, a pesar de la indudable asimetría entre sus torres y el resto de elementos que la integraban. No obstante, el conjunto ofrecía una imagen coherente, como si sus dispares componentes fueran piezas de un gigantesco puzzle que encajaban a la perfección. Resultaba una edificación tan insólita que parecía haber sido producto de un sueño calenturiento de su autor.

Los orígenes del denominado Palácio da Pena se remontan al siglo XII. Culminando un cerro que elevaba sus aproximadamente quinientos metros de altura sobre la población de Sintra existía una capilla dedicada a Nossa Senhora da Pena en esa época. Pasado el tiempo, Dom Manuel I el Afortunado ordenó ampliar el templo y construir alrededor de él un monasterio para albergar a unos monjes de la orden jerónima. Ocurría esto a comienzos del siglo XVI y el cenobio se mantuvo activo durante más de tres siglos, a pesar de que el terrible terremoto de Lisboa de 1755 afectó poderosamente a su estructura. La puntilla le fue dada ocho décadas más tarde, cuando se abolió la práctica totalidad de las órdenes religiosas en Portugal y el monasterio quedó abandonado.

Apenas dos años después, la reina Dona Maria II celebraba sus nupcias con un príncipe austriaco de nombre Fernando. Persona muy culta y educada, quien tras el nacimiento de su primogénito se convirtiera en el rey Fernando II de Portugal descubrió de casualidad el abandonado cenobio y puso su imaginación en marcha de inmediato. Tras convencer a su ya esposa para adquirirlo, decidió convertirlo en el palacio de verano de la familia real. Contó para ello con la colaboración del barón Wilhelm Ludwig von Eschwege, quien llevó a la práctica las ideas del ya coronado monarca. Estaban éstas adaptadas a los gustos románticos de la época e influidas por la imagen de Neuschwanstein, schloss germano que fue tomado como modelo para el diseño, mejorado éste de acuerdo con los gustos de su autor. El resultado fue una construcción tan innovadora como extraordinaria, en la que conviven elementos neogóticos, neomanuelinos, neorrenacentistas y hasta neomudéjares, y donde a cada paso el visitante se sorprende con guiños a edificaciones emblemáticas lusitanas como la torre de Belém, el convento de Cristo, el monasterio de los Jerónimos o el vecino Palácio da Vila.

No podría entenderse el Palácio da Pena sin el circundante Parque da Pena. Influido por los gustos románticos de la época y ayudado por los barones von Eschwege y von Kessler, Dom Fernando II diseñó un laberíntico jardín que se extiende por más de doscientas hectáreas de terreno irregular. Diversos árboles y plantas exóticas, entre los que se encuentran sequoias, cipreses, magnolios, camelias, gingkos y cedros rojos fueron traídos desde Estados Unidos, China o Japón. Sobresale especialmente una extraordinaria colección de helechos gigantes procedentes de Australia y Nueva Zelanda, que se concentran en el lugar denominado Feteira da Rainha. En el parque se encuentra también el conocido como Chalet de la Condesa de Edla, cabaña de estilo alpino construida por Fernando para su segunda esposa.

Cuando hace unos años tuve ocasión de visitar el simbólico Palácio da Pena, logré alcanzar uno de mis objetivos viajeros más recurrentes. Mientras nuestro viejo vehículo subía a duras penas por la empinada estrada que lleva al palacio, la emoción no dejaba de embargarme. Tras acceder al interior del recinto y deambular unos minutos por el interior del parque, pude vislumbrar su extravagante figura tal y como lo había idealizado en diversas ocasiones. Y entonces caí en la cuenta de que, aunque no sea lo más habitual, los sueños en ocasiones se cumplen y el mío estaba a punto de hacerse realidad.