Atrapado y sin visado
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El título de este relato quizás recuerde a una de esas comedias americanas de serie B, que a muchos resultan entretenidas o graciosas. No es mi caso, que detesto este tipo de películas cuyo objetivo es puramente comercial, y desde luego la situación vivida durante unas horas de 1996 en el aeropuerto de Minsk no me hizo ninguna gracia en aquellos momentos. Aunque el paso del tiempo haya ido transformándola en un recuerdo, si no hilarante al menos capaz de provocarme una sonrisa. El vuelo a la capital de Bielorrusia, con escala incluida en alguna ciudad germana, había resultado agradable. Cierta información obtenida con anterioridad indicaba que resultaba posible conseguir el visado necesario para acceder al país en el mismo aeropuerto, siempre que la estancia fuese de corta duración. Y ningún encargado de la compañía aérea había revisado mi pasaporte en busca de la temida visa, así que iba tranquilo en ese aspecto.
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Pero al llegar al control de documentación previo a la entrada en Bielorrusia todo cambió de repente. El funcionario encargado de realizar los trámites, vestido de uniforme, con la cabeza casi rapada y un rictus adusto al más puro estilo soviético hizo un gesto que no admitía dudas. ‘Niet’, le creí entender. No había visado. Intenté explicarle en inglés que cumplía todos los requisitos para obtener el ansiado sello en mi pasaporte, pero en vano. El tipo me dirigió una mirada fría como el hielo y no dio muestras de entender lo más mínimo. Evidentemente solo hablaba bielorruso o quizás ruso, lengua todavía muy extendida en el país y de la que, en todo caso, yo conocía tan solo unas pocas palabras. Mediante un ademán con la mano me indicó que dejara pasar a los pocos pasajeros que venían detrás y en pocos minutos me quedé solo en el aeropuerto.
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De los territorios que componían las quince Repúblicas Soviéticas, Bielorrusia fue el más castigado durante la II Guerra Mundial con diferencia. La inmensa mayoría de sus ciudades, incluida Minsk, fueron arrasadas sin piedad durante la contienda. Y para rematar la faena Stalin se encargó del resto, repoblando esta tierra desgraciada con numerosos emigrantes procedentes de lugares lejanos del Imperio. Dirigentes rusos fueron colocados en posiciones clave y tanto la lengua como la identidad bielorrusa minimizadas, de manera que aún hoy la conciencia nacional es escasa y el ruso es el idioma predominante en el país. Seguramente gracias a estas medidas tomadas por el ogro georgiano, cuando ya se ha cumplido un cuarto de siglo de su independencia Bielorrusia todavía tiene que soportar una dictadura encubierta, si no títere al menos peligrosamente próxima a los intereses de Moscú.
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Mi preocupación iba aumentando conforme caía la tarde sobre el cielo de Minsk. No parecía sencillo entrar en el país y tampoco resultaba posible volver en el mismo vuelo con el que había llegado al aeropuerto, pues el avión había partido ya. Y lo de intentar comprar otro vuelo a un lugar desde el que pudiera retornar a España se antojaba imposible, al menos ese mismo día. Me disponía a pasar la noche en un incómodo sillón cuando apareció alguien que parecía ser funcionario de aduanas. Decidí dirigirme hacia él para que me permitiera llamar al hotel donde tenía reserva, con el fin de intentar anularla. Debió entender mis gestos, pues me llevó hacia un teléfono. Conseguí así contactar con un recepcionista, quien, tras interesarse por mi situación, me ofreció una carta de invitación, al parecer el requisito que me faltaba para conseguir el imprescindible visado, a cambio de pagar el transporte hacia su establecimiento.
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Tras varias horas en tierra de nadie, y cuando ya estaba a punto de desistir, una especie de garabato manuscrito y el pago de unas tasas me abrieron las puertas de Bielorrusia. Me esperaban unos días en Minsk, tiempo en el que pude confirmar que la denominada Rusia Blanca tenía aún mucho de rusa, a pesar de sus ya cinco años de independencia, y no demasiado de blanca. Aparte de visitar algún que otro lugar interesante, como la magnífica Iglesia Roja, y de añadir a mi bagaje una anécdota más, que he vuelto a recordar con amargura muchas veces desde entonces. Especialmente cada vez que leo en las noticias como extranjeros de diversas nacionalidades son retenidos, a veces durante varios días, en los aeropuertos españoles incluso teniendo toda la documentación en regla. Me gustaría creer que en el futuro los seres humanos de buena voluntad podrán circular libremente por este planeta sin fronteras que les impidan el paso. Espero que al menos mis hijos lleguen a verlo.