Soy plenamente consciente de mi querencia a meterme con demasiada frecuencia en terrenos pantanosos. Mantengo desde la adolescencia una desmesurada tendencia a polemizar, a sumergirme hasta las trancas en discusiones bizantinas que con frecuencia no llevan a ninguna parte. Polémicas de las que generalmente no salgo bien parado, todo sea dicho. No resulta sencilla la tarea de cambiar esta característica de mi personalidad, aunque en ocasiones lo haya intentado. Pero debo decir que, al contrario de lo que suele pensarse, mis afirmaciones, muchas veces incendiarias, carecen generalmente de maldad y no me mueve ningún sentimiento de odio contra sus destinatarios.

Bien, ¿y a qué viene todo esto?, os preguntaréis. Bueno, por esta vez y sin que sirva de precedente no me considero responsable de la polémica, puesto que tal honor les pertenece a los historiadores Bartolomé Miranda Díaz y Dionisio Á. Martín Nieto. En su documentada obra El Patrimonio Artístico de Valencia de Alcántara, que cualquier valenciano que se precie debería tener como cabecera, demuestran, aportando numerosos datos, que nuestra preciada Sinagoga, nótese la cursiva, nunca ejerció como tal. Una de las principales joyas de la corona del patrimonio histórico-artístico valenciano-alcantarino reducida poco más que a la categoría de fake, o bulo, como se ha dado en traducir este término al español últimamente.

Pasmoso, ¿no? Sería para tomarlo a risa si no fuera por el rigor con el que trabajan los mencionados expertos, siempre documentando sus estudios hasta el más nimio detalle. Teniendo en cuenta este aspecto, la consideración como lugar de culto hebreo de esta edificación debería de ser revisada al menos. Como debiera serlo esa epopeya tan difundida de una convivencia tranquila entre tres culturas en el interior del actualmente denominado Barrio Gótico, que no Barrio Gótico-Judío como algunos se empeñan en insistir. Aseveran los citados investigadores que la población judía en época medieval en Valencia de Alcántara era mínima y no hay ninguna evidencia que demuestre lo contrario. Incluso sitúan la sinagoga real, de dimensiones mucho más modestas que la comúnmente aceptada, en un espacio concreto que nadie se ha preocupado de inspeccionar.

Ante tal profusión de datos documentados en la aludida obra, parece evidente que Valencia de Alcántara era fundamentalmente cristiana en el siglo XV, época en la que fue construida la Sinagoga, sigan notando la cursiva. Y que esta edificación, magnífica por otra parte y probablemente la más antigua entre las conservadas en la villa, estuvo dedicada a otros menesteres. Primeramente a servir como carnicería y, a partir de la construcción de la Carnicería Nueva en el siglo XVII, como matadero. Las esbeltez de las columnas aún presentes en el edificio, ay, está relacionada con la función de soporte a las escarpias de las que pendía la carne.

Que nadie piense que la de carnicero era una tarea en cierto modo peyorativa en época medieval o renacentista. En absoluto. Los carniceros eran profesionales situados en la parte alta del escalafón social, que obtenían unas ganancias bastante por encima de la media. Y sus lugares de trabajo solían ser edificaciones grandiosas, como lo demuestra la extraordinaria Casa de la Carnicería ubicada en la mismísima Plaza Mayor madrileña. No caben dudas de que la Sinagoga, cursiva habemus, de Valencia de Alcántara era una construcción con un porte extraordinario, que aún sigue manteniendo a pesar de su desafortunada restauración. Pero, por favor, no insistan con el judaísmo. Valencia de Alcántara congrega un patrimonio fuera de serie sin necesidad de recurrir a triquiñuelas innecesarias. Y si algún día se demuestra que aquel lugar sirvió en realidad como sinagoga, seré el primero en rectificar. Como acostumbro cuando me hacen ver que estoy equivocado.