Anfiteatro de Durres (por Jorge Sánchez)
Viajé por primera vez a Albania en el año 1995. En esos tiempos se necesitaba visado, que me lo concedieron en Estambul en el mismo día. Cuando crucé en autobús desde Grecia a Albania los agentes de emigración albaneses se asombraron de ver a un turista individual, algo raro para ellos. Esa noche no pude llegar a Tirana y me quedé a dormir en Pogradec, a orillas del lago Ohrid, fronterizo con Macedonia del Norte. Tras unos días descubriendo el país, debía regresar a España y para ello elegí tomar un ferry desde Durres a Bari, en Italia.
Durres no es una ciudad muy grande; apenas supera los 100.000 habitantes, o menos de la mitad de mi pueblo, Hospitalet de Llobregat, en España. Por ello la recorrí prácticamente toda a pie. En mi deambular al azar por sus calles me «tropecé» con el anfiteatro romano, pero no me causó ninguna impresión favorable y apenas le presté atención pues me pareció abandonado, con niños y perros jugando en su interior. Era relativamente grande, con capacidad para unas 20.000 personas; sin embargo no había letreros informativos, ni verjas o guardianes que protegieran esas ruinas y sus mosaicos de casi 2.000 años de antigüedad, por lo que cualquier gamberro podría cometer actos vandálicos (desde que en el año 1996 propusieron su candidatura a la UNESCO, ya han colocado rejas a su derredor y han mejorado la presentación, por lo que estoy seguro que hoy esas ruinas sí que deben impresionar favorablemente).
Ese día, lo que más me sedujo de esas ruinas fue su situación cercana al mar Adriático. Cuando llegó la hora abordé mi ferry hasta Bari.