Ambohimanga Rova (por Alberto Campa)
«Bella colina», esto es lo que en lengua malgache significa Ambohimanga, y os aseguro que la colina donde está situado este antiguo Palacio Real, sede antes del de Antananarivo, del poder del Reino de Madagascar, es todo un bellísimo lugar y remanso de paz para quienes lo visitan.
Ahora Madagascar es una república, como la mayoría de los Estados africanos actuales, pero hubo un tiempo no muy pasado, en que los soberanos merina, dirigían los designios del país desde esta bella colina.
Sería el imperio francés el que acabaría anexionándose esta gran isla a principios del siglo XX, poniendo fin al poder de los dos Reyes Radama y las tres Reinas Ranavalona.
Ayer finalizando la viajera jornada, de también muchos colectivos taxi Brousse para llegar hasta este pequeño pueblo de Ambohimanga, a unos 30 kilómetros de Antananarivo, tendría ocasión de ascender la colina y entrando en el restaurado palacio, ver los aposentos de la última reina, Ranavalona III, que todavía ocuparía hasta hace sólo cien años.
Todo muy austero en comparación con los europeos palacios reales de Francia, Inglaterra o España, pero ya disponían de piscina, con el consecuente lujo para la época, de canalizar y subir el agua hasta ella.
Estos Reyes merina, algo déspotas para con sus esclavos, tenían la fea costumbre de cuando ya no les servían, se aburrían y no había partido del Plus, cortarles la cabeza y arrojarlas colina abajo, como si de un antiguo bowling se tratara.
Esos mismos esclavos, que también usaban para cerrar las siete puertas de acceso a la colina cuando había peligro, moviendo gigantescas piedras redondas, como podéis ver en una de las fotos de hoy, y que tras rodarlas entre 30 o 40, sellaban los accesos a Palacio.
Hoy en día, ya con menos sangre en sus pétreas piedras de la colina, donde se asienta este real Rova, el disfrute es otear el horizonte del que gozaron estos soberanos malgaches, y ver con total nitidez, las muchas colinas cercanas de Tana con la silueta al fondo de su nuevo Rova.
Ya de vuelta hacia el aeropuerto, donde cogería de madrugada el vuelo que me traería hoy, vía Nairobi, de regreso hacia la sudafricana Jo’burg, tenía una cosa importante y muy logística para con mi viaje que hacer.
Y es que, como os contaba días atrás, bajando del vertical Mt. Chongi, mis ya muy trotados playerinos de hacer camino, sufrían enésimo achaque de vejez, y uno de ellos se desprendía de necesaria suela. En aquel momento, no quedaba más remedio que salir del paso para hacer la dificultosa bajada, que pensar en solución de emergencia, que en mi caso fue el de quitarme el calcetín, ponerlo por encima del zapato y suela desprendida, y así llegar con cierta solvencia, a buscar algo para atarlo ya una vez abajo.
Pero pasando por tantos pequeños artesanos reparadores de calzado, que en esta África todavía trabajan a destajo, ya que sus pobladores no se pueden permitir nuestro occidental lujo de cambiar de calzado cada poco, me permitiría volver a dejar mis personales taxis Brousse, listos para seguir haciendo kilómetros.
Tengo una manía con mi viajero calzado, y es que aunque ya esté casi en las últimas, nunca me gusta dejarlos tirados por el camino para comprar unos nuevos, ya que considero de justicia viajera para con ellos, llevarlos de regreso a casa, igual que ellos me llevaron a pisar medio planeta.
Los conservo todos, botas que caminaron por las sabanas con Masáis o que cruzaron el desértico Sáhara, otras que me transportaron por Centroamérica, la Antártida o la Polinesia, y otros como estos, que me llevaron mojados por toda la Amazonia, por todas las islas del Sudeste Asiático, las aguas del río Congo o ahora a viajar por esta Madagascar y Comores. Intentaré que todavía este próximo mes, recorran parte de otro subcontinente, para luego ya descansar en mi desván asturiano junto a sus anteriores exploradoras y viajeros pedestres. Se lo merecen.
Cosas del calzado de este viajero, montañero y atlético runero, que también conserva y usa siempre que puede sus antiguos playeros con los que corrió todas sus maratones de trail y asfalto. Sumo respeto y amor también, para con todo ese deportivo calzado que le llevó a uno, a acabar todas las guapas carreras que decidió correr, pisando el caliente asfalto de maratones como New York o Berlín, o el barro y piedras de Somiedo o Picos, entre muchas otras.
Está bien siempre ir modernizando y actualizando calzado, pero recordar que mucha gente de este planeta, usará dos o tres gastadas chanclas en toda su vida, y muchas veces cuando accede a unos zapatos o botas los comprará generalmente de segunda mano y ya usados.
Hubo un tiempo también en Europa, que era tal la alegría al cambiar de calzado, que ya para siempre se acuñó la frase:
«Contentísimo, como un niño con zapatos nuevos».
Bueno Friends, pues haciendo camino desde un Rova malgache, hasta unos zapatos viejos, un nuevo abrazote para todos y todas, mañana os cuento nuevamente desde Johannesburg!