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Brasil

Amazonía Central (por Jorge Sánchez)

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Encontrándome en Manaos me enteré de este sitio UNESCO y deseé conocerlo. Había agencias de viaje que proponían llevarte a uno de los cuatro parques nacionales que incluye este Patrimonio Mundial (parque nacional Jaú, reserva Amana, área de la reserva de Mamirauá y la estación ecológica Anavilhanas), pero pedían demasiado dinero. En mi albergue había varios mochileros que también querían conocer este patrimonio y, tras él, proseguir hasta Venezuela o Colombia surcando el río Negro. Yo me uní a ellos y un día más tarde abordamos un barco que nos llevaría a Barcelos, en el río Negro, realizando escala en dos de estos cuatro sitios (Jaú y Anavilhanas). La primera escala fue en Novo Airao, donde tuvimos la oportunidad de acceder al primer parque (Anavilhanas). Tras ello proseguimos hasta Novo Airao, ya dentro del parque nacional Jaú. En las paradas se trocaba con los nativos armas y un aguardiente muy fuerte llamado cachaça, por pirañas y tortugas. También se comerciaba con el caucho, y hasta con pieles de tigre. A veces se nos acercaban nativos en piraguas, y el capitán les cambiaba varios pescados por una botella de cachaça, o harina de mandioca por un poco de keroseno.

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Al viajar por la Amazonía incógnita me parecía que cada nuevo poblado era el más bonito de todos los ya vistos, y que cada nuevo día era mejor que los anteriores. En Amazonas no existe un solo centímetro cuadrado sin vegetación; todo es verde, todo exhala vida feroz, y los árboles luchan los unos contra los otros para captar el sol, formando piruetas, y cuando uno de ellos cae, es inmediatamente rodeado por musgo y champiñones y devorado sin piedad por la tierra. Por su exuberante vegetación se dice que Amazonas son los pulmones de la Tierra, y muy cerca de los pulmones se debe hallar el corazón.

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El barco a Barcelos era familiar, comíamos en la mesa del capitán y dormíamos en hamacas. Atravesábamos muchas islas pobladas. Las orillas del río ya no estaban tan alejadas como en el Amazonas, y el panorama era más bello. Además, a cada rato veíamos caimanes y saltar a los botos, unos delfines pequeños y simpáticos que constituyen una de las cinco únicas especies en el mundo que habitan en aguas dulces (las otras cuatro viven en el río de la Plata, en el Ganges, en el Indo y en el Yangtzé). Para los indígenas, los botos son animales sagrados y no los matan. Ellos aseguran que, a veces, los botos se convierten en humanos y seducen a sus mujeres, dejándolas embarazadas.

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El río Negro es llamado así por el color negro de sus aguas, debido a carbonos y substancias minerales que se encuentran en su nacimiento. En la confluencia con el Amazonas, durante varios kilómetros, sus aguas se juntan sin mezclarse; una mitad del río es blanca y la otra mitad es negra. Tardamos tres días con sus tres noches en arribar a Barcelos. Allí nos organizamos para alcanzar por río la frontera con Colombia, adonde llegaríamos un mes más tarde.

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