Altai (por Jorge Sánchez)
Por diversas circunstancias he viajado a este sitio UNESCO en cuatro ocasiones, la primera vez en el año 1990, en los tiempos de la Unión Soviética. Y admiré el Pico Belukha (4.506 metros de altura), aterricé en helicóptero a las orillas del Lago Teletskoye (el segundo más profundo de Siberia, tras el Lago Baikal), realicé rafting durante una semana a lo largo del Río Katun (ver foto).
Pero no recuerdo el Plateau de Ukok, aunque sospecho que he estado en él, debo haber estado, pero no lo aprecié por no haberle prestado importancia hace ya 25 años.
Las tres ciudades principales que se deben atravesar para alcanzar este Patrimonio de la Humanidad son de sumo interés por sus gentes e iglesias históricas: Gorno Altaisk, Byisk y Barnaul. La que mejor conozco de las tres es Barnaul, por estar hermanada con la ciudad aragonesa de Zaragoza, lo cual me dio ilusión e incitó a pasar en ella varios días descubriendo su vieja iglesia y los restos de su fortaleza. Uno de los viajeros rusos que más admiro, Nikolai Roerich, viajó a principios del siglo XX por los Montes Altai a la búsqueda de una ciudad fantástica, conocida como Belovodye, de leyenda parecida a Shangri-La, o Shambala, o Agartha. Roerich estaba convencido de que Belovodye existía y se localizaba en algún vericueto de los Montes Altai, y sus habitantes eran los Viejos Creyentes. Por ello, a la ciudad siberiana de Novosibirsk regaló una treintena de sus pinturas sobre sus viajes por el Tíbet y el Himalaya.
Una de las veces que estuve en las faldas del Pico Belukha iba acompañando a un grupo de ornitólogos de España que tenían la esperanza de avistar el escurridizo leopardo de las nieves. Aunque no tuvimos éxito.