Al-Ahsa (por Jorge Sánchez)
En Riad abordé el tren expreso de Dammam, en el golfo Pérsico, pero no llegué al final sino que me detuve en la primera parada: Hofuf, con la intención de visitar durante los dos días siguientes Al-Ahsa, el mayor oasis del mundo, albergando unos dos millones y medio de palmeras.
Ese tren era de construcción española y alcanzaba los 150 kilómetros por hora. Lo curioso es que en un vagón con capacidad para unas 50 personas, solo íbamos 3 hombres: un árabe, un indio que se sentó a mi lado, y yo. El resto de pasajeros eran mujeres, todas vestidas de negro con su horrible e inhumano nicab, lo que les daba el aspecto de cucarachas, y que solo les permitía mostrar sus ojos y manos. Sin darme cuenta, a los pocos minutos de la partida, ante tamaña atmósfera, empecé a tatarear para mi interior una canción que conocía desde mi adolescencia, interpretada por el grupo musical Los Salvajes, titulada: No sé qué pasa que lo veo todo negro, una versión en español del éxito de los Rolling Stones: Painted in black.
Como en casi todas las ciudades árabes la estación de autobuses suele hallarse lejos del centro, al llegar a Hofuf por la noche tuve que contratar un taxi para que me depositara en un hotel cercano. El taxista, que era pakistaní, me cobró 20 rials y me llevó al hotel Grand Lily, y como me resultó simpático lo contraté para que a la mañana siguiente me llevara a ver los dos millones y medio de palmeras del oasis más una gran cueva, aunque tras haber visitado el palmeral de Elche no me quedé muy impresionado, por eso por la tarde recorrí 4 sitios pertenecientes a los 12 que componen este patrimonio mundial: la mezquita Jawatha, medio en ruinas, que me resultó insípida, sin nada extraordinario. Tras ello me desplacé al Qasr Ibrahim (un palacio) y a Sahood Fort, pero al estar ambos sitios cerrados solo pude apreciar su exterior.
Menos mal que mi última visita correspondiente a este UNESCO me satisfizo plenamente: Suq Al-Qaysariyah Bazaar, o un zoco muy atractivo donde almorcé en una cafetería tradicional en su interior, en compañía de unos indígenas que me colmaron de zalamerías. Fue a la salida de este zoco que encontré el signo de UNESCO y le pedí a un indígena que me hiciera una foto junto a él.
Tras mi visita a Al Ahsa proseguí en otro tren a Dammam.