Para acceder al Distrito de At-Turaif en Ad-Diriyah tuve que utilizar un taxi, tras negociar el precio con un taxista pakistaní muy granuja. La carrera duró una media hora desde el centro de Riad. Verdaderamente Riad no es una ciudad para peatones; todo el mundo allí se desplaza en coche, y no hay ni Metro ni autobuses locales.

Tuve la mala fortuna de llegar a Ad-Diriyah en tiempos de obras, pues toda la ciudad estaba patas arriba durante mi visita para renovar sus sitios históricos y así potenciar el turismo. Menos mal que ejercí de extranjero con éxito; al decir a los obreros que era español se pusieron muy contentos, hicieron una excepción y me dejaron penetrar por un rato en la parte vieja de Ad-Diriyah, y en un oasis vecino relleno de palmeras cargadas de jugosos dátiles a más no poder.

Vi allí los viejos edificios de adobe pertenecientes a dos palacios, el antiguo hammam (baños árabes), y la casa de invitados con sus patios y el pozo de donde extraían agua.

Fue en Ad-Diriyah donde se estableció la familia real saudita y constituyó la primera capital del país como el Gran Emirato de Diriyah, hasta que en el año 1818 (en el contexto de la Guerra otomano-wahabí) los otomanos invadieron el hoy país de Arabia Saudita. Tras la victoria, los otomanos ordenaron destruir todos los edificios de Ad-Diriyah, y a su último imán lo encadenaron y posteriormente lo decapitaron.

Al salir del complejo de edificios de adobe y del palmeral oí al muecín que convocaba a los fieles musulmanes. Entonces corrí y me acerqué a la mezquita histórica, que forma parte del complejo de Ad-Diriyah. Mientras duró la oración aproveché para degustar los dátiles y el café árabe que estaban a disposición de los asistentes de manera gratuita, me refresqué la cara y hasta recargué la batería de mi teléfono móvil en un enchufe eléctrico.

Al cabo de unas dos horas de visita al conjunto del sitio arqueológico, otro granuja taxista pakistaní me devolvió al centro de Riad por un buen puñado de rials.