Acrópolis de Atenas (por Jorge Sánchez)
Un día de un mes de agosto me hallaba desayunando en una cafetería vecina al barrio de Plaka, en Atenas, junto a varios viajeros que se habían alojado en mi albergue la noche anterior. Todos habíamos comprado un billete de barco desde el puerto de El Pireo a Chania, en la isla de Creta, pero la salida era por la noche. Fue cuando propuse a mis compañeros el aprovechar esa mañana para visitar la Acrópolis, monumento conocido mundialmente, que lo teníamos a un tiro de piedra a pie. Pero todos, absolutamente todos, y eran una media docena, declinaron mi sugerencia. Unos dijeron que sus mochilas eran muy pesadas para cargarla allá arriba a la colina, otros decían sentirse cansados, otro me dijo que si yo subía al Partenón con ese calor sería un héroe, y hasta uno de ellos criticó mi iniciativa alegando que el visitar sitios como la Acrópolis era de turistas, mientras que ellos no eran turistas, sino que eran verdaderos viajeros.
Al final me fui yo solo con mi pequeña bolsa, en la cual meto siempre lo justo para viajar y cuando está llena no llega a los 3 kilos de peso; me sirve de almohada al dormir, de asiento cuando estoy cansado y hasta de sombrero cuando aprieta fuerte el sol. No caminé más de media hora cuesta arriba hasta que llegué al imponente Partenón. En el interior de todo el complejo pasaría unas 2 horas, y visité todo lo que me permitió el billete de entrada, sin dejarme el templo de Atenea, el teatro de Dioniso, el santuario de Zeus, o el museo de la Acrópolis. Al bajar al barrio de Plaka mis compañeros aún estaban en la misma cafetería. Nos comimos una musaka más una cerveza y un vasito de ouzo, y a continuación tomamos un autobús hacia el puerto de El Pireo. Ese día me sentí un turista, pero también un héroe.