A troche y desmoche
Apodado el Impotente por sus imaginativos súbditos, Enrique IV de Trastámara fue un monarca castellano cuyos graves problemas para tener descendencia eran de dominio público. Tal era así que, cuando su segunda esposa dio por fin a luz a una niña, las habladurías sobre la posible paternidad del bebé comenzaron a aflorar. Y aprovechando el resentimiento que suscitaba el enorme poder alcanzado por Beltrán de la Cueva, surgió el rumor de que la mano derecha del rey era el padre de la criatura. Como era de esperar, la vida de la recién nacida Juana de Castilla quedó marcada para siempre ya desde su nacimiento, siendo popularmente conocida a partir de entonces como Juana la Beltraneja.
No debió ser muy afortunada en vida la pobre Juana, porque, además de un padre que llegó a retirarle sus derechos sucesorios durante un tiempo, tuvo una tía que se comportó con ella como una auténtica arpía. Ésta no era otra que la más tarde conocida como Isabel la Católica, quien, a la muerte de su hermano Enrique el Impotente, emprendió una cruenta y desigual lucha para ocupar el trono castellano a toda costa. La Beltraneja era tan solo una niña de trece años a la que ya había desposado el rey portugués Alfonso V, treinta años mayor que ella a la sazón. Intentó éste defender los derechos de su esposa, pero la mayoría de la nobleza castellana apoyaba a la Católica, quien no tardó mucho en hacerse con el poder.
Entre los pocos nobles castellanos que apoyaban a Juana la Beltraneja en su justa causa se encontraban la mayor parte de los residentes en la ciudad de Cáceres. Vivían éstos en sus palacios, todos ellos provistos de características torres utilizadas tanto como residencia como con fines defensivos. Debido a ello incorporaban ventanas para iluminar el interior del habitáculo a la vez que matacanes, desde los que podían repeler los ataques mediante el lanzamiento de proyectiles o líquidos inflamables a través de unas aspilleras situadas en su base. Dichas torres eran construidas en piedra, bien mediante sillares o mampostería, y solían llevar añadidos otros elementos de defensa, tales como saeteras, troneras y arqueras.
No había terminado todavía la contienda entre los partidarios de la Beltraneja y los de la Católica, cuando esta última hizo presencia en Cáceres acompañada de su séquito. Considerándose ya reina de Castilla a todos los efectos, dictó la publicación de una ordenanza en la cual se definían normas para la construcción de nuevas edificaciones así como para la adaptación de las ya existentes a los nuevos tiempos. Incluían estas últimas el desmoche, es decir la reducción de la altura y la eliminación de los elementos defensivos de las imponentes torres cacereñas. Construcciones como la torre de Sande fueron sometidas a escarnio, aunque a ésta se le permitió conservar su fabuloso matacán de esquina. Otras, como el palacio de los Golfines de Abajo, hubieron de limitar los elementos de defensa en sus versiones posteriores.
Probablemente el visitante del recinto intramuros de Cáceres se sorprenderá al toparse con una torre que conserva sus almenas y, por consiguiente, no fue desmochada. Conocida actualmente como Casa de las Cigüeñas, era la residencia señorial de Diego de Ovando, noble local que traicionó la causa de su señora, Juana la Beltraneja, para convertirse en ferviente partidario de la intrusa Isabel la Católica. La cual pagó sus servicios permitiéndole construir una torre más alta, esbelta y estilizada que el resto apenas un año después de finalizar la guerra. Y allí sigue, como demostración a los cacereños de las ventajas que conlleva el hecho de apostar por el caballo ganador.