Vientos de decadencia
Si Juan Álvarez Mendizábal hubiera ejercido su labor política en el siglo XXI, no pasaría de ser un progre más. Por suerte para él y, seguramente, para desgracia de sus conciudadanos, en las primeras décadas del siglo XIX no existía ese término y a los españoles de a pie no les quedaba otra que aguantar a esta suerte de liberal, como él mismo se autodenominaba. Personaje funesto donde los hubiere, demagogo y sectario, Mendizábal, que en realidad se apellidaba Méndez, se dedicó a esparcir odio contra la Iglesia católica, a la que acusaba de enriquecerse a costa del pueblo llano. ¿A que os suena? Movido por un inquebrantable rencor hacia lo eclesiástico, promulgó su ominosa Ley de Desamortización, que, además de poner en riesgo de desaparición a la mayor parte del patrimonio español, hubiera sido firmada con gusto por los actuales gobernantes de España. Pero ésa es otra historia.
Se calcula en aproximadamente dos mil el número de conventos y monasterios existentes en España en la época. Todos sin excepción cayeron bajo las garras del Estado. Que, sin perder un instante, pasó a cederlos a sus amiguetes o a subastarlos al mejor postor. Por descontado, tanto Mendizábal como el resto de prebostes dominadores del cotarro enriquecieron sus arcas sin límites. ¿A que también os suena? Como era de esperar, Valencia de Alcántara no iba a ser la excepción. El patrimonio local sufrió un duro golpe con la expropiación de los tres conventos existentes en ese momento en su actual término municipal y el destierro al que fueron enviados sus ya escasos residentes.
No se tiene constancia del convento de San Pedro de los Majarretes hasta la primera mitad del siglo XV, aunque su fundación se remonta probablemente al siglo XIII, cuando empezaron a surgir monasterios franciscanos en España. Estaba dedicado entonces a Santa María, aunque con el tiempo pasó a ser conocido como convento de San Francisco debido al carácter franciscano de sus residentes. A mediados del siglo XVIII fue restaurado, empezando a ser conocido como convento de San Pedro de los Majarretes puesto que en él había tomado los hábitos Juan de Garavito, quien se cambió entonces el nombre a Fray Pedro de Alcántara. Aunque la actividad monástica se detuvo durante la Guerra de la Independencia, la desamortización promulgada por Mendizábal en 1835 impidió que fuera retomada con posterioridad.
La misma ley desamortizadora obligó a que el reducido número de monjas clarisas que habitaban el convento de Santa Ana fuera exclaustrado. Llevaban allí más de doscientos años, puesto que las dependencias conventuales habían sido completadas a finales del siglo XVI, pero a los expropiadores no les tembló el pulso y las religiosas hubieron de abandonarlas. Más adelante se requisaron los bienes muebles y el templo se puso en venta, destinándose el resto de instalaciones a funciones diversas hasta que fueron dedicadas a servir como escuela en la década de los veinte del siglo XX. Tras diversas vicisitudes, en la iglesia vuelven a celebrarse ritos religiosos en la actualidad.
Como era de esperar, el furor desamortizador de Mendizábal también hizo estragos en el convento de San Francisco. Había sido fundado éste a finales del siglo XVI y diversas contiendas militares lo afectaron seriamente, por lo que hubo de ser reconstruido con fondos aportados en gran parte por los vecinos de Valencia de Alcántara. Poco después, la docena de monjes que residían en él fueron exclaustrados y el recinto, incluyendo lo que fue el huerto conventual, sacado a subasta. Desde entonces está en manos privadas, cerrado a cal y canto excepto para el uso y disfrute de sus propietarios. Vientos de decadencia acechan a esta edificación extraordinaria, vientos que ojalá algún día dejen de soplar y sea permitido el acceso a su interior al pueblo que tan generosamente contribuyó a su reconstrucción.