Blagaj (por Jorge Sánchez)
Estaba alojado en una casa particular en Mostar, cuando su dueña me aconsejó visitar un monasterio derviche en la pequeña población de Blagaj, a unos 15 kilómetros de distancia. Y le hice caso. A la mañana siguiente abordé un autobús hasta esa población y caminé por un rato hasta descender al río Buna, donde advertí en una orilla un restaurante para turistas, y en la otra orilla seguí una senda que me condujo a un complejo llamado Tekke Blagaj.
Cuando penetré en el territorio del tekke derviche, que era al mismo tiempo madrasa musulmana, mausoleo de santos sufíes y mezquita, me quedé estupefacto, aquello era de una rara belleza, casi de cuento. El río Buna nacía por una cueva bajo un dramático acantilado. Arriba había más cuevas, y en los árboles colgantes se cobijaban diversas aves.
El tekke disponía de un patio y servían café. Pedí uno y me lo trajeron acompañado de un dulce que en Turquía se llama lokum. Pronto hice amistad con un derviche muy joven que se estaba preparando practicando su ney, o flauta, para una ceremonia que tendría lugar esa noche. Le rogué ser aceptado y él, tras hacerme prometer que participaría en los rezos musulmanes, permitió que asistiera esa y la siguiente noche al sema, o danza de los derviches mevlevi, o giratorios. Acabé comprándole un CD que aún conservo y cuyos temas musicales a veces escucho.
Cuando acabó la ceremonia, sobre las 10 de la noche, dos de los participantes me condujeron en su coche a Mostar. Al día siguiente acudí de nuevo, y de nuevo ejecutaron el sema acompañado por la interpretación del ney de mi joven amigo derviche. Esa doble visita a Blagaj con las ceremonias derviches me satisfizo más que la visión del famoso puente de Mostar.