Una de las cuatro ciudades imperiales marroquíes, Marrakech fue fundada por los almorávides en el siglo XI. El objetivo que se pretendía con su creación era controlar las caravanas que se dirigían desde el norte del actual Marruecos hacia el Sáhara. Rápidamente se convirtió en la capital de su territorio, papel que siguió interpretando tras la irrupción de los almohades a mediados del siglo XII. En realidad, estos últimos arrasaron la ciudad durante su conquista para luego reconstruirla por completo, por lo que la única edificación almorávide que permanece en pie es la denominada Qubba al-Ba’adiyyin. No les duró mucho la alegría a los almohades, porque un siglo después Marrakech fue de nuevo conquistada, esta vez por los benimerines, y perdió la capitalidad. Hubo que esperar hasta mediados del siglo XVI para que los saadíes, que habían destronado a los benimerines, se la devolvieran. Tras una guerra civil ocurrida en el siglo XVII, la dinastía actual se hizo con el control del actual territorio marroquí y Marrakech dejó de ser capital definitivamente. Rodeada por una muralla de la que se conservan algunos lienzos y mantiene puertas como Bab Agnaou, la medina fue originalmente creada por los almorávides. Su centro neurálgico es la plaza Jemaa el-Fna, famosa por ser un renombrado espacio cultural. Otros puntos de interés son el palacio Bahia, la mezquita Koutoubia, la medersa Ben Youssef, la mezquita al-Mansour, las tumbas saadíes y el zoco, que ocupa buena parte de la medina. Todos estos lugares conservan magníficos ejemplos de caligrafía árabe. En el exterior del recinto amurallado destacan jardines como los de La Menara o el Majorelle. Marrakech cuenta en la actualidad con algo menos de un millón de habitantes, que se dedican fundamentalmente al comercio, y es también conocida por su gastronomía basada en la dieta mediterránea, con especialidades como la harira, el tajine, la pastilla o el cuscús.