Sidney (por Jorge Sánchez)
Escalé un día de primavera del año 1983 en el aeropuerto de Sídney, en Australia, país donde permanecería los 3 meses de visado turístico que me concedieron en Inmigración. Era muy joven y estaba dando una vuelta al mundo. Como todos los viajeros que van a Australia, yo también buscaría allí trabajo, con éxito. Australia siempre ha sido un país amigo de los viajeros. Si uno trabaja en las granjas gana más dinero, pero yo preferí la comodidad de vivir en una ciudad grande, como es Sídney que, además, me gustó a primera vista.
Aún recuerdo mi primera visita a esa bella metrópoli: ¡la Opera House! Llegué a ella desde el aeropuerto, con mi bolsa de viaje. Ya me preocuparía después de buscar alojamiento y trabajo, pero pensé que lo primero era lo primero, y esa visita era lo más importante. No me cansaba de admirarla y de hecho, una vez instalado en un albergue de Liverpool Street y de haber conseguido un puesto de friegaplatos en un restaurante de la cadena T. Bone en Bondi Beach, me pasearía delante del Opera House casi a diario; era mi lugar de ocio y de encuentros con amigos y amigas. En el interior había exhibiciones de arte, cines y cafeterías. Me atraían sus formas, me recordaban a una orgía de caracoles.
La Opera House, el impactante puente cercano sobre la bahía, que allí llaman «Sydney Harbour Bridge», más el Hyde Park, donde los fines de semana jugaba al ajedrez junto a la estatua del Capitán Cook con los entonces yugoslavos (el país aún no se había descompuesto), eran mis tres lugares favoritos. Durante mi estancia en Australia también frecuenté museos en Sídney, y realicé una vuelta en autostop al país, vía Brisbane, Cairns, Alice Springs (con una escalada al Ayers Rock, o Uluru, que en aquellos años estaba permitida), más Adelaida y Canberra.
El museo que más me impresionó y llegué a visitar tres veces, estaba justo en una esquina del Hyde Park, y se llamaba Australian Museum, siendo el más antiguo del país. La sección dedicada a los aborígenes me hacía estremecer. Había fotografías realizadas en el mismo siglo XX, y se explicaba cómo los europeos cazaban a los aborígenes (el Gobierno de Australia pagaba una recompensa por sus cabezas), cómo se exterminó la raza aborigen que poblaba Tasmania, al cien por cien, y otras atrocidades como encadenar a los aborígenes antes de ejecutarlos, o robar los niños para adoctrinarlos a la manera inglesa, violaciones de menores, encarcelaciones y suicidios. Algunas de las fotos, realizadas por mí en un viaje reciente a Sídney (30 años después de mi primera visita) y que muestro aquí, todavía siguen impresionándome. El día número 91 de mi estancia en Australia me dirigí al aeropuerto y me marché a viajar a otra parte.