Juego de peones
Agosto de 2008 comenzaba a dar sus primeros pasos cuando fuerzas rusas cruzaron la frontera con Georgia en ostentosa muestra de su poderío. La razón esgrimida para ello fueron los ataques producidos con anterioridad sobre la capital surosetia, Tskhinvali, por parte de tropas georgianas. Pero, en realidad, el detonante de todo el conflicto lo constituyeron las constantes provocaciones llevadas a cabo desde meses atrás por parte de Rusia y uno de sus gobiernos títeres al otro lado del Cáucaso, el de la región autónoma georgiana de Osetia del Sur, conflictiva zona con mayoría de población rusa. Los dirigentes locales cayeron en la trampa y pusieron en bandeja al gigante la invasión de buena parte de su escueto territorio.
A escasos veinte kilómetros de Tbilisi, en la carretera que une la capital georgiana con la localidad de Kutaisi, segunda en importancia del país, los tejados rojos de Tserovani brillaban bajo el cielo azul de aquel día veraniego. Habían pasado justamente dos años desde que acabó la contienda, pero cada una de aquellas viviendas de nueva construcción aún albergaba al menos una historia dramática tras su fachada de aspecto impoluto. Tan solo veinte meses atrás aquel lugar estaba completamente despoblado, quizás dedicado al cultivo de cereales, tal y como se acostumbra en aquella zona, o produciendo esas sandías que los campesinos suelen vender a pie de carretera bajo los rigores del caluroso verano georgiano.
Pero ahora Tserovani, al igual que otros asentamientos que han ido siendo construidos en los alrededores, está lleno de vida. La de los varios miles de refugiados que aquí pasan sus días a su pesar, tras haber sido despojados de su existencia anterior por los horrores de la guerra. Se trata de georgianos que habitaban diversas poblaciones de Osetia del Sur, de donde no tuvieron más remedio que salir huyendo tras la invasión rusa si no querían perder también el bien más preciado, su propia vida. Tras pasar un tiempo dando tumbos por todo el estado, fundamentalmente por Tbilisi, donde se manifestaron en numerosas ocasiones exigiendo su derecho a volver a sus casas, al final no tuvieron más remedio que comenzar una nueva vida como refugiados. Han pasado los años y su futuro sigue sin ser demasiado prometedor pero están a salvo, al menos por el momento.
Porque siempre puede volver a repetirse lo ocurrido en aquellas fechas, cuando los rusos, en una infame demostración de potencia militar contra un enemigo muy inferior a todas luces, llegaron hasta las inmediaciones de esos terrenos, amenazando incluso la integridad de Tbilisi. En su avance ocuparon la localidad de Gori, que fue previamente bombardeada sin piedad, donde se mantuvieron durante unos diez días teniendo incluso la desfachatez de negar la evidencia de su invasión. Se da la macabra paradoja de que esta población de escaso atractivo fue el lugar donde nació el sanguinario líder soviético Iosif Stalin quien, a pesar de su ascendencia georgiana, probablemente no hubiera dudado tampoco en dar la orden de arrasar su propia ciudad de origen.
Probablemente Tbilisi es la única ciudad del Planeta que cuenta con una amplia avenida dedicada al anterior presidente estadounidense George W. Bush, con el fin de agradecerle su apoyo en la contienda. Aunque siempre he pensado que Georgia debería tomarse más bien con resignación esa pretendida ayuda de Estados Unidos, especialmente si se tiene en cuenta la probable causa por la que se desencadenó aquella penosa disputa. Que no es otra que el soporte, tanto de la Administración Bush como de la actual Administración Obama, a la independencia de Kosovo, región autónoma serbia a la manera que Osetia del Sur lo es georgiana. Y es que, en la partida de ajedrez mundial que sostienen las grandes potencias desde hace décadas, tanto a Serbia como a Georgia no les está permitido jugar otro papel que el de simples peones que aquellas mueven a su antojo.