Shibam (por Jorge Sánchez)
La razón principal de viajar al Valle de Hadramaut, fue la de intentar saber más sobre los dos primeros europeos en penetrar en ese territorio: el barcelonés (de Vic) Antonio de Montserrat y el madrileño (de Olmeda de las Fuentes) Pedro Páez. Ambos eran jesuitas, grandes amigos (el fútbol aún no había sido inventado, y por lo tanto no existía la rivalidad entre el Barça y el Real Madrid). Viajaron en un barco portugués desde la isla de Diu, en India, hacia Etiopía, cuando en su escala en Mascat fueron secuestrados por piratas y vendidos a los turcos. Pasaron como esclavos siete años en un pozo del desierto del Valle de Hadramaut, hasta que fueron liberados y pudieron navegar a Goa, India.
Pedro describe así las condiciones de él y su amigo Antonio durante su cautiverio en el Valle de Hadramaut: «… con cadenas muy gruesas al cuello durmiendo en lugares debajo de la tierra muy oscuros y calientes …»
Llegué a Shibam en autobús por cruzando el desierto. Iba siguiendo la Ruta del Incienso a través de las ciudades de Tarim, Say’un, y ahora Shibam. A Shibam se la compara con Nueva York, por ello es denominada la Manhattan del Desierto. Era una ciudad de apenas 7.000 habitantes que vivía «en vertical» en sus altos edificios de adobe.
Descubrir sus callejones era una delicia, la gente iba en burros y cuidaba de las cabras, las mujeres vestían de negro y los viejos se sentaban en cuclillas a la entrada de un portal de la muralla para mascar qat. Los portales de las casas eran originales y nadie cerraba sus casas con cerrojos o candados. Uno experimentaba una extraña sensación en Shibam, distinta a la que se siente en otras ciudades yemeníes. Cuando oscureció abordé un autobús nocturno a Sana’a.