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Cataluña

Todo sea por la Familia

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Fue el filántropo Josep Maria Bocabella quien tuvo la idea de construir un templo expiatorio en la ciudad de Barcelona. Se cumplían los primeros años de la década de los ochenta del siglo XIX cuando este interesante, aunque poco conocido, personaje adquirió unos terrenos en el entonces conocido como ensanche de Barcelona, hoy día el distrito más populoso de la Ciudad Condal. El proyecto estaba influido por una visita que Bocabella había realizado a Roma unos años atrás, suerte de viaje iniciático que lo confirmó en sus ideas cristianas. Tras hablar con el sacerdote Josep Manyanet, quien fue canonizado a comienzos del siglo XXI y por consiguiente es actualmente santo, decidió enfocar su objetivo en la construcción de una basílica dedicada a la Sagrada Familia.

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Se denomina templo expiatorio a una iglesia en la que está permanentemente expuesto el Santísimo Sacramento, con el fin de que los fieles puedan expiar directamente sus pecados ante él. La intención de Bocabella era realizar un remedo de la basílica de la Santa Casa, santuario situado junto a la población italiana de Loreto donde se alberga la que se considera residencia de la Sagrada Familia en Nazaret. Asesorado por el arquitecto Joan Martorell, contactó con el murciano Francisco de Paula del Villar, quien cambió el diseño a una construcción neogótica con la que Martorell no estuvo de acuerdo. Del Villar expuso su renuncia y Martorell también rehusó a encargarse de los trabajos, por lo que un nuevo responsable de las obras debía ser encontrado.

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Antoni Gaudí contaba con apenas treinta y un años cuando aceptó el encargo en 1883. Había ejercido como ayudante de Martorell en alguna obra y éste confiaba plenamente en él. Tanto, que le dejó libertad plena para poner en práctica sus ideas, algo con lo que el librero Bocabella estuvo de acuerdo. Con su habitual entusiasmo, el arquitecto reusense modificó por completo el proyecto, cancelando la edificación neogótica ideada por del Villar. Sin embargo, decidió dejar como estaban tanto la parte ya construida de la cripta como la orientación de la cabecera, que no miraba al Levante como era habitual en las iglesias cristianas de antaño.

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Desde aquel momento y hasta su fallecimiento, ocurrido más de cuarenta años después, Gaudí no dejó de pensar ni un instante en la Sagrada Familia. A pesar de involucrarse en muchas otras obras, su mente y su corazón se encontraban en el Ensanche barcelonés y retornaba allí en cuanto le era posible. Cuando consideró que estaba en el tramo final de su camino renunció a aceptar nuevos encargos y se dedicó a ella en exclusiva. Así pasó los quince años finales de su vida, los últimos ocho meses de los cuales incluso residió permanentemente en el interior del templo. Cuando falleció, atropellado por un tranvía en 1926, fue enterrado en la capilla de la Virgen del Carmen de la cripta que él mismo se había encargado de finalizar.

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Sensato como siempre lo fue en vida, Gaudí consideraba que las obras del templo durarían siglos, tal y como sucedía con las catedrales de otros tiempos. Debido a ello, pidió permiso para construir en vertical, de forma que sus contemporáneos pudieran ver aunque fuera solo una pequeña parte de la edificación finalizada. De esta manera pudo completar la extraordinaria fachada de la Natividad, que se erige imponente mirando al noreste. Bocabella no pudo disfrutarla puesto que había fallecido mucho antes, siendo también enterrado en la cripta, concretamente en la capilla de Cristo Resucitado. Como predijo el genio, tras su muerte los trabajos continuaron, aunque apuesto a que si tanto a él como a su benefactor les fuere dada la oportunidad de comprobarlo por sí mismos no quedarían nada satisfechos con el resultado.

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