Hijos del glaciar
A pesar de que habitualmente se considera a Jökulsárlón un lago glaciar, en realidad se trata de un lago proglaciar. La diferencia entre ambos conceptos estriba en que el primero refiere a una acumulación de agua en una depresión producida por los efectos erosivos de un glaciar, mientras que el último lo hace a un acopio de líquido elemento procedente de la fusión de un glaciar. Es decir, mientras que la relación de uno de ellos con su razón de ser es indirecta y lejana en el tiempo, la del otro es directa y muy cercana. Tanto, que sigue produciéndose en tanto que el glaciar no retroceda lo suficiente para dejar de abastecer de agua a la laguna.
Pero dejémonos de tecnicismos y vayamos al grano. Jökulsárlón vio la luz en la década de los treinta del siglo pasado. El responsable de su formación fue el glaciar Breiðamerkurjökull, que emerge como si de una lengua se tratase del imponente Vatnajökull. Con el paso del tiempo su superficie se fue incrementando hasta llegar a los cerca de veinte kilómetros cuadrados que tiene en la actualidad, debido al importante deshielo que se sufre en el Hemisferio Norte en general y en Islandia en particular. Aunque su superficie no es excesiva, sí lo es su profundidad, que alcanza los doscientos metros en algunos puntos.
Pero si hay una característica que identifique unívocamente a este lugar son los pequeños icebergs que flotan libremente en sus aguas. Desprendidos de la lengua del glaciar Breiðamerkurjökull vagan libremente por la laguna hasta desparecer por completo, bien debido al efecto del deshielo o bien por ser succionados hacia el mar por el desagüe de Jökulsárlón. Está éste constituido por un río de escasa longitud, apenas un kilómetro y medio hasta desembocar en el Atlántico, donde los escasos icebergs que llegan son devorados sin piedad por las revueltas aguas del océano.
Precisamente esa cercanía que tiene respecto al Atlántico puede ser la perdición para Jökulsárlón. Tanto el deshielo como el empuje del glaciar Breiðamerkurjökull presionan de manera persistente sobre el istmo que separa la laguna de las aguas abiertas del océano, amenazando con llevarse el terreno por delante. Las autoridades islandesas son conscientes del peligro, puesto que sobre esa escasa porción de tierra discurre la denominada Hrinvegur, carretera que circunvala la isla a lo largo de unos mil trescientos kilómetros de longitud. Y en esa rugosa zona no abunda el sustrato sobre el cual pudiera realizarse un desvío.
Tras numerosas sensaciones vividas en la parte alta del glaciar Vatnajökull nos dirigimos hacia la cercana Jökulsárlón. Mentiría si afirmara saber lo que iba a encontrarme en este lugar, porque lo desconocía en absoluto. La visión de aquellos pequeños icebergs flotando con suavidad sobre el agua resulta tan cautivadora como solo puede serlo lo efímero. Cuando, transportados por una lancha zodiac, nos acercamos a algunos de ellos lo suficiente hasta casi poderlos tocar, me pareció que el glaciar Breiðamerkurjökull los había dejado allí para nuestro disfrute. Como si de hijos suyos se tratara, con el orgullo de un padre seguro de que la contemplación de sus retoños iba a colmar de alegría el alma de unos espectadores tan inesperados como en aquel momento lo éramos nosotros.
A mí fue el sitio que más me gustó de los muchos que hay que ver en Islandia, aunque no has puesto fotos, la playa que hay enfrente, con los icebergs varados sobre la arena negra volcánica también es un sitio impresionante, saludos viajeros.
Recuerdo la playa que dices, aunque yo con la fotografía suelo estar reñido. No tengo ninguna imagen de ella. Al igual que a ti, Jökulsárlón fue de lo que más me gustó de Islandia. Lo cual es mucho decir, porque en ese país hay mucho que ver.
Muchas gracias por tu comentario y un saludo.