Ferrara (por Jorge Sánchez)
Llegué a la estación de trenes de Ferrara, y gracias a los nativos me dirigí sin pérdida del tiempo al centro histórico para admirar todos los monumentos y palacios renacentistas recogidos por UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
El primer lugar que me encontré en mi larga caminata al centro (unos 15 minutos sin parar) fue el Castello Estense, que debe su nombre a la poderosa familia Este. Lo visité por dentro y por fuera, por delante y por detrás, por arriba y por abajo. Desde lo alto obtuve estupendas vistas panorámicas de la ciudad y planeé desde allí arriba por dónde seguir explorando la ciudad. Leí que dentro del Camerino de Alabastro de ese castillo se albergaban muchas pinturas de Tiziano, quien a principios del siglo XVI trabajó durante una década para Alfonso I d’Este (Duque de Ferrara), pero hoy varias de sus obras principales se hallan en el Museo del Prado, Madrid, como La Bacanal de los Andrios y Ofrenda a Venus. Hoy, esta colección de pinturas está dispersa (Madrid, Londres, Washington, Mumbai, etc.)
Frente al castillo, y antes de entrar en la catedral, me quedé como hipnotizado, impertérrito frente a la estatua de mármol representando a Savonarola, por no menos de 10 minutos. No sé qué debería pensar la gente viéndome cómo le clavaba la mirada a la estatua tan largo tiempo. Había estudiado este personaje en mi adolescencia y su biografía, con su trágico destino, me turbó de manera confusa y extraña, mezclando atracción, admiración y temor hacia él. El artista de esa estatua lo había representado de tal modo que daba miedo verlo.
La fachada de mármol de la catedral causaba una impresión muy grata. La plaza delante de ella era el lugar favorito de los turistas. Me quedé unas 6 horas en Ferrara. La mayor parte de ese tiempo lo pasé callejeando y visitando iglesias, o los palacios que hallé abiertos. Cuando me pareció que ya había visto lo principal de la ciudad, me marché a viajar a otra parte.