Construcción imaginativa donde las haya, el Palácio da Pena parece extraído de un sueño de su autor. Fue éste el entonces príncipe y más tarde rey de Portugal Fernando II, quien acababa de casarse con la reina Dona Maria II y se sintió cautivado por el entorno de Sintra. Impresionado por el lugar, descubrió un antiguo monasterio que había sido devastado por el terremoto de Lisboa de 1755 y decidió convertirlo en su lugar de residencia veraniega. Diversos arquitectos se encargaron de las obras y el resultado final fue una edificación ecléctica, en la que se suceden una amalgama de estilos que van del neogótico al neorrenacentista, pasando por el neoislámico y el neomanuelino. Las alegorías y los guiños a famosas construcciones lusas como el convento de Cristo, el monasterio de los Jerónimos o la torre de Belém se suceden en el complejo. A ello se unen la decoración en estuco, la azulejería y los frescos presentes en el interior, dando como resultado una de las obras cumbre de la arquitectura romántica del siglo XIX.