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Ciudad del Vaticano Liechtenstein Mónaco San Marino

Reliquias del pasado

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Cuatro de los seis países más pequeños del mundo se encuentran en territorio europeo y, aunque su vigencia en un entorno globalizado como el actual resulte un anacronismo, es indudable que cada uno de ellos representa una auténtica reliquia del pasado. Sus inicios se remontan a muchos siglos atrás y han ido evolucionando a un ritmo pausado, madurando lentamente hasta adquirir un estatus que ha llevado a sus ciudadanos a disfrutar de una calidad de vida más que aceptable. Y es que hay que tener un instinto de supervivencia muy desarrollado para, teniendo un tamaño tan reducido, alcanzar el siglo XXI manteniendo una identidad propia, lejos de guerras y luchas fratricidas que hubieran dado al traste con su individualidad. Buena parte de culpa la tiene la innegable capacidad diplomática de sus dirigentes, puesta de manifiesto en las buenas relaciones que tradicionalmente han mantenido con sus estados vecinos.

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No creo exagerar en exceso si digo que Mónaco es simplemente una finca que ha llegado a consolidarse como una nación en toda regla. Todo comenzó a finales del siglo XIII, cuando el genovés Francesco Grimaldi tomó posesión de unas tierras situadas encima de un saliente al borde del Mediterráneo. De acuerdo con la leyenda, para que sus entonces pobladores le permitieran el paso se hizo pasar por monje, monaco en lengua italiana, de donde viene el nombre con el que este lugar ha pasado a la posteridad. Desde entonces, su familia ha establecido sus reales sobre la mencionada roca, donde está situado su palacio, y los alrededores. Y gracias a su imaginativa política de alianzas, especialmente con su poderoso vecino francés, y al capital procedente de ciudadanos europeos adinerados ha conseguido mantener la peculiar idiosincrasia de este territorio.

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De régimen político muy similar, aunque con un tamaño algo superior, Liechtenstein pone el contrapunto a sus vecinos Austria y Suiza, a los que separa como si de una cuña entre ellos se tratara. La denominación de este país procede del castillo homónimo que, irónicamente, no se encuentra en su territorio sino en el austriaco. La familia que en él residía terminó por adoptar el mismo apellido, que a su vez dio nombre a un principado formado a comienzos del siglo XVIII con dos condados por ellos adquiridos tiempo atrás. Curiosamente, los ya titulados Príncipes de Liechtenstein siguieron viviendo en el castillo, es decir en el extranjero, hasta bien entrado el siglo XX. Y, ya en el siglo XXI, han amenazado con volverse de nuevo a Austria si les eran limitadas algunas de sus prebendas constitucionales, lo que equivaldría a que Liechtenstein se transformara en república, pero sus súbditos no se lo han permitido.

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República, y la más antigua de las que actualmente existen, es San Marino a pesar de una procedencia ligeramente similar a la de Mónaco, pues su origen fue una comunidad monástica establecida en un lugar de difícil acceso. A pesar de que el lugar fue disputado en diversas ocasiones, probablemente su aislamiento y el hecho de estar situado en un terreno prácticamente yermo contribuyeron a mantener su identidad. Pese a ser uno de los tres únicos países que están completamente rodeados por otro, en este caso Italia, la economía sanmarinense, en la que el turismo es un pilar fundamental, no tiene nada que envidiar a la italiana. De hecho, su renta per capita es considerablemente superior, aunque no llegue a los niveles de la de Liechtenstein, una de las más elevadas del Planeta.

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El estado de la Ciudad del Vaticano no solo está rodeado por completo por otro, sino que parece haber sido fagocitado por la ciudad de Roma. No fue en su caso una finca, sino una iglesia, la que le dio origen. Y no es un príncipe o presidente, sino la máxima autoridad de una confesión religiosa, quien rige el destino de sus ciudadanos. De acuerdo con la tradición católica, en este lugar fue martirizado hasta la muerte San Pedro, el apóstol a quien Jesucristo eligió para dirigir su Iglesia. Desde entonces, fue éste el sitio elegido como sede central para sus adeptos, manteniendo un estatus indeterminado hasta que en 1929 se firmó un histórico acuerdo por el que Italia lo reconocía como estado soberano. Se asistió ese día al nacimiento de una nación anacrónica como ninguna otra aunque, como el resto de las que componen este poker de miniaturas, convencida por completo de su carácter independiente.

2 COMENTARIOS

  1. Enhorabuena por esta entrada tan instructiva, me ha gustado mucho. Salvo el Vaticano (que siempre se me olvida que es estado independiente), no he visitado ninguno, pero caerán a buen seguro. Un saludo.

    • Seguro que en todos ellos encuentras razones para disfrutar del viaje. Quizás Mónaco sea el menos interesante desde mi punto de vista, pero aun así ya lo he visitado en cuatro ocasiones, aunque creo que con una hubiera sido suficiente.

      Muchas gracias por tu comentario.

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