Split (por Jorge Sánchez)
Viajé a Split con muchas ilusiones pues esperaba allí encontrarme con un gran palacio mandado construir por el emperador romano Diocleciano, que aunque es un personaje al que no le tengo simpatía (fue un genocida que mandó ejecutar a muchísimos miles de cristianos) al menos había dejado el poder por su propia voluntad, siendo el único césar en hacerlo.
El día anterior había pasado un día hermoso admirando Dubrovnik, la perla del Adriático, que aunque reconstruida tras las guerras de los Balcanes seguía siendo una ciudad muy atractiva, y pensaba que Split también sería otro «plato fuerte» en mi viaje por todos los países que integraban la vieja Yugoslavia. Pero al llegar ¿qué es lo que vi?: ruinas y más ruinas, piedras esparcidas por aquí y por allí, y el palacio no tenía ni siquiera techo. Y pensé: «pues vaya birria de sitio, todo es destrucción, si lo sé no vengo». Además, el lugar estaba plagado de tiendas y vendedores de suvenires que insistían para que les compraras alguno. Pero al rato, al comprobar el encanto del peristilo, pasearme por los callejones del casco antiguo y sentirme junto al mar, cambié de opinión. Sí, al principio yo esperaba ver una especie de palacio de Aranjuez, pero comprendí que tras 1.700 años eso era imposible. Me resigné y disfruté mi estancia. Entré en la catedral de San Domnión (un santo martirizado en Croacia durante el mandato de Diocleciano) levantada sobre el antiguo mausoleo, por ello hoy no se sabe dónde pueden hoy estar los restos de ese emperador. Intenté subir a su campanario pero por alguna razón que no llegué a comprender, no me dejaron.
Vi las murallas, edificios medievales, palacios góticos y mansiones señoriales centenarias. Y por un folleto que me regalaron en español en la Oficina de Turismo supe que las estatua de la esfinge y las columnas que percibí en el peristilo habían sido traídas de Egipto, y el mármol desde Turquía.
Decidí pasar en esa ciudad sólo medio día. No me quedaría a dormir en ella sino que a media tarde continuaría hasta Pula, en la península de Istria, donde pasaría esa noche en una casa particular que ofrecía alojamiento junto al hermoso anfiteatro romano.