Una nórdica despampanante
A pesar de ser mucho menos conocida que otras localidades del viejo continente, Estocolmo no tiene nada que envidiar en cuanto a belleza a ninguna ciudad europea. Construida en un emplazamiento privilegiado, allá donde el lago Mälaren y el Báltico se dan la mano, la villa fue creciendo poco a poco a lo largo del tiempo, hasta llegar a extenderse sobre catorce islas conectadas entre ellas mediante un complejo entramado de puentes. El agua es pues un elemento vital en la capital sueca, hecho que unido al atractivo arquitectónico de su centro histórico la ha llevado a ser conocida Venecia del Norte, calificativo que comparte con alguna otra ciudad del norte de Europa. Comparaciones, siempre odiosas, aparte lo cierto es que Estocolmo me sedujo desde la primera vez que la visité, en el verano ya lejano de 1991.
No destaca la capital sueca por construcciones espectaculares, ni por iglesias antiquísimas, ni por museos mundialmente conocidos. Pero su excepcional situación, el encanto de sus parques siempre impolutos y esos encantadores edificios que conforman Gamla Stan, la parte más antigua de la localidad, la convierten en una ciudad fascinante. Además, no responde para nada al estereotipo de aburrida que le ha sido asignado; más bien al contrario, a los habitantes de Estocolmo les gusta salir a divertirse y la vida nocturna de la ciudad goza de muy buena salud. Asimismo, sus vecinos conforman un pueblo amable, respetuoso y ecologista hasta el extremo, algo muy de agradecer y a lo que aún no estamos demasiado acostumbrados en otras latitudes.
Aunque la arquitectura religiosa en la capital báltica no presenta demasiado interés, algunas de sus muestras merecen la pena. La catedral, localmente denominada Storkyrkan, data del siglo XVI y no sobresale por su aparatosidad, a la manera usual en la mayoría de los templos luteranos. Quizás lo más interesante sea subir a la torre campanario, desde donde se disfruta de una buena vista de la ciudad. Riddarholmenkyrkan, situada en la isla de Riddarholmen, destaca por su aguja, visible desde muchos puntos de la localidad. Es la construcción más antigua de la villa y sirve como panteón de los reyes de Suecia. Pero quizás la iglesia más interesante de Estocolmo sea Engelbrektskyrkan, a la que los suecos conocen como iglesia de la roca debido a que fue construida sobre una colina rocosa y parece emerger de ella. Su aspecto es algo ecléctico pero produce una impresión atractiva.
En las islas que componen Gamla Stan, fundamentalmente Stadtsholmen y Riddarholmen, pueden verse ejemplos interesantes de arquitectura civil. Entre ellos diversos palacios, incluyendo el Palacio Real, que sirve como residencia a la Familia Real sueca. Aunque los edificios más atractivos probablemente sean algunos situados en la plaza Storgoret, cuyas fachadas están decoradas con vivos colores. En otras islas se encuentran la sede del Gobierno y el Parlamento sueco, al igual que el más conocido edificio del Stadshuset, o Ayuntamiento de la ciudad, que se asoma al agua desde la isla de Kungsholmen y es famoso porque allí se celebra cada año la entrega de los mundialmente conocidos Premios Nobel.
Una visita a la ciudad no estaría completa sin el Museo Vasa, situado en la isla de Djurgården. La pieza principal que allí se expone es el barco de tal nombre, que se fue a pique, probablemente debido a un defecto de fabricación, cerca del puerto cuando emprendía su primer viaje en 1628. El buque fue posteriormente rescatado del fondo de la bahía y ahora se exhibe en el museo, dándonos una idea de cómo era la vida de aquellos marinos que se lanzaban a la aventura en tiempos tan difíciles. Cuando, tras varios intentos infructuosos, el navío fue izado por fin a la superficie, los expertos se sorprendieron del buen estado que presentaba tras pasar más de tres siglos dormido en el fondo del Báltico. Nada extraño en mi opinión, al fin y al cabo las aguas que lo custodiaban son las mismas que proporcionan a Estocolmo ese aspecto de serena belleza que la caracteriza.