Escuché por primera vez las palabras Puerto Montt a comienzos de mi adolescencia, cuando mi amigo Lucas, melómano de pro y muy aficionado a la canción protesta ya a sus 13 o 14 años, se hizo con un disco del cantautor chileno Víctor Jara. Aunque entre los títulos se incluía la conocida y emocionante Te recuerdo Amanda, homenaje del autor a su madre, tanto Lucas como yo prestamos mucha atención a la desgarradora Preguntas por Puerto Montt. En ella, el intérprete pedía responsabilidades al entonces Ministro del Interior chileno, Edmundo Pérez Zujovic, por el brutal asesinato de una decena de campesinos, cuyo pecado había consistido en ocupar una finca privada situada a las afueras de la localidad que daba nombre al tema.
No podía imaginar por entonces que casi treinta años más tarde me encontraría dando una vuelta por las calles de esta población de nombre tan exótico. Denominación que hace referencia tanto a su emplazamiento junto al mar como a Manuel Montt, presidente de Chile cuando fue fundada la ciudad a comienzos de la segunda mitad del siglo XIX. Situada en una bahía protegida de las aguas abiertas del Pacífico por el archipiélago de Chiloé, no destaca Puerto Montt esencialmente por su atractivo en sí misma, aunque sí lo hace por la espectacular belleza de la naturaleza agreste que la rodea. Ríos, lagos y montañas se disputan la supremacía en los alrededores, quedándole el mar casi como su única salida natural.
La economía de Puerto Montt está, como era de esperar, basada en los recursos naturales que tiene a mano. Fundamentalmente en los bosques cercanos y, sobre todo, en la abundante pesca que proporcionan las frías aguas del Pacífico. Su situación privilegiada, actuando como puerta de acceso tanto para la Patagonia chilena como para el archipiélago de Chiloé, le proporciona también un creciente interés para el visitante. Destaca en sus cercanías la espectacularidad del río Petrohué, que se dirige raudo a su encuentro con el mar encajonado en un valle de origen glaciar y jalonado por abundante vegetación. Habitado por numerosas truchas y salmones, el Petrohué es todo un paraíso para el aficionado a la pesca deportiva.
Algo al norte de Puerto Montt se encuentra el lago Llanquihue, el segundo más grande de Chile y desde cuyas aguas parece emerger la majestuosa figura del volcán Osorno, con su cima permanentemente cubierta por la nieve. Aunque lleva bastante tiempo apagado, la potencia de sus erupciones es legendaria, tanto que hasta el mismísimo Charles Darwin se acercó hasta aquí para ser testigo de una de ellas. La población más importante a orillas del Llanquihue es Puerto Varas, cuyas construcciones recuerdan de manera inequívoca a las de Europa Central. Algo que no es de extrañar, si se tiene en cuenta que en esta zona se establecieron a finales del siglo XIX numerosos colonos procedentes de Alemania y Suiza. Tanto rasgos como apellidos inequívocamente germanos no son aún del todo infrecuentes entre sus pobladores.
Quiso el destino que Edmundo Pérez Zujovic y Víctor Jara corrieran similar suerte, siendo ambos asesinados durante un negro periodo del que espero Chile haya conseguido definitivamente salir. Las preguntas por Puerto Montt que se hizo el infortunado cantautor han dejado afortunadamente de tener sentido, por consiguiente. Aunque, a la vista de que la naturaleza golpea cíclicamente a esta parte central del país andino con los terremotos más potentes de los que se tienen constancia, quizás haya que cambiarlas por otras. Porque da la sensación de que esta zona tan hermosa acarrea un insaciable monstruo en su interior, que sigue sometiéndola a un destino trágico del que, por desgracia, sus habitantes no consiguen del todo escapar.
