La ciudad de las artes
Varios siglos antes de nuestra era un pacífico pueblo empezó a desarrollar su cultura en un remoto y privilegiado lugar inserto en lo que hoy es selva hondureña. A lo largo del tiempo fueron construyendo una ciudad fastuosa, donde dejaron abundante información sobre su historia y la vida de sus gentes en forma de jeroglíficos. Sus reyes fueron representados mediante estelas, bloques de piedra esculpida en los que aparece el retrato del monarca rodeado de diversos motivos que hablan de sus gustos y hazañas. Hasta que un día, aproximadamente en el siglo IX, tan bella ciudad fue abandonada por sus moradores. Y tal y como ocurre con otros asentamientos mayas, el motivo de su precipitada partida sigue siendo aún desconocido.
Copán fue descubierta hace algo más de un siglo, cuando unos exploradores se toparon por casualidad con los restos de lo que fue aquella boyante urbe. Desde entonces, los estudiosos del mundo maya han tratado de interpretar los numerosos jeroglíficos que en la zona se han encontrado. Y, poco a poco, muchas de las incógnitas que aún encierran sus construcciones van saliendo a la luz. Se han ido descifrando detalles sobre la vida cotidiana de los habitantes de la ciudad y su relación con sus dirigentes y sacerdotes. Y se ha averiguado que este lugar estuvo ininterrumpidamente habitado durante nada menos que dos mil años.
En marzo de 2008 llegamos al pequeño pueblo hondureño de Copán Ruinas, situado a pocos kilómetros de la frontera con Guatemala. Tradicionalmente tan solo una aldea de campesinos, su población ha ido incrementándose proporcionalmente a la afluencia de visitantes al cercano sitio arqueológico. A pesar de que la población estaba en fiestas me pareció un sitio de lo más tranquilo, al menos hasta que me dirigí a cambiar dinero en un banco y me topé con dos vigilantes armados hasta los dientes. Nos alojamos en el Hotel Marina Copán, junto a la plaza, que me pareció un sitio recomendable. Habitaciones amplias, piscina para refrescarse de las siempre altas temperaturas de la zona y un buen restaurante donde saborear las deliciosas especialidades copanecas.
El recorrido hasta el sitio arqueológico se puede hacer andando sin problemas pero, debido al calor y la corta edad de nuestro hijo menor, optamos por completar el trayecto en tuk-tuk. Estos vehículos, tradicionalmente usados en Asia, han proliferado últimamente en Centroamérica como medio de transporte en lugares turísticos. Al entrar en el valle de Copán, donde se encuentra el asentamiento maya, me pareció encontrarme en un oasis. Enormes ceibas y otros árboles de gran tamaño se aprecian en diversos puntos, incluso creciendo sobre parte de las ruinas. Parte del recorrido transcurre junto a un riachuelo, con multitud de aves tropicales como periquitos, algún tucán e incluso coloridos guacamayos revoloteando por allí. No en vano este lugar está declarado reserva natural.
El sitio arqueológico en sí no tiene la espectacularidad de otros emplazamientos mayas, al carecer de pirámides tan bien conservadas como en éstos. Pero no por ello es menos impresionante. La delicadeza con la que fueron esculpidas las estelas, la originalidad de la Escalera Jeroglífica, formada por más de mil bloques de piedra esculpida en los que un cacique cuenta la historia de sus antepasados, el buen estado de conservación del juego de pelota, uno de los más grandes del mundo maya, hacen de Copán un lugar único. El motivo por el cual sus habitantes desaparecieron de esta ciudad majestuosa sin dejar ni rastro probablemente seguirá envuelto en la bruma del misterio para siempre.