Basílica de Santa María la Mayor (por Jorge Sánchez)
Durante una de mis visitas al Vaticano me preocupé por conocer bien, al menos, una de las más de una docena de posesiones extraterritoriales de la Santa Sede dentro de la ciudad de Roma, que están incluidas en este Patrimonio Mundial. Varios de sus edificios religiosos los había visto por fuera, por ejemplo el Palazzo di Propaganda FIDE, al lado de la Embajada de España. También admiré la arquitectura exterior de algunos palacios justo al lado de la Piazza San Pietro. Pero de su interior sólo llegué a conocer moderadamente bien (pasé en su interior más de una hora) la Basílica de Santa María la Mayor, una de las cuatro Basílicas Mayores (junto a la Basílica Papal de San Pedro en el Vaticano, la Basílica Papal de San Pablo Extramuros y la Archibasílica de San Juan Letrán).
Llegué a la Basílica de Santa María la Mayor cuando estaba comenzando la misa. Me santigüé y participé en ella hasta el final. Una vez que acabó me dediqué a escrutar la basílica, admirando bien todos los recovecos con sus pequeños detalles, como Dios manda. Sus orígenes datan del siglo V y se erigió en el sitio donde antes había un templo pagano dedicado a Cibeles, por lo que contiene elementos de diferentes épocas, siendo la única basílica en Roma que preserva la estructura original paleocristiana. Se eligió ese preciso enclave por haberse comprobado en él una aparición de la Virgen María. Me maravilló en primer lugar el Mosaico de la Coronación de la Virgen. También me cautivó una de sus capillas, la llamada Capilla Sixtina, conteniendo la tumba de un papa (Sixto V). De hecho, en esa basílica se habían enterrado a varios Papas de Roma. El techo era otro de los atractivos, así como los bajorrelieves, los relicarios, los tesoros como la cuna de la natividad del niño Jesús, y hasta el suelo de mármol no te dejaba indiferente.
Y al salir de la basílica: ¡sorpresa! Advertí entonces en el pórtico una estatua que no había visto al entrar y me hice una foto junto a ella. Se trataba nada menos que de nuestro rey Felipe IV, que fue un patrocinador de esa basílica, asignándole una renta anual a cambio de preces para toda la Monarquía española, preces que aún siguen en vigor en nuestros días. De ahí la estatua de agradecimiento al rey español. Me sentía tan jubiloso por todo cuanto había admirado y aprendido en esa basílica, que me marché raudo a celebrarlo almorzando en una pizzería típica cercana a la Fontana di Trevi.