De allí a la eternidad
Entre las cuatro religiones monoteístas predominantes el zoroastrismo es la menos extendida con diferencia, por lo que este culto casi desconocido suele estar rodeado de un perenne halo de misterio. Y sin embargo Zoroastro, o Zaratustra como a veces es llamado, ya predicaba sus creencias más de un milenio antes del nacimiento de Jesucristo y unos dos mil años previamente a la aparición del Islam. Surgida en las llanuras de Asia Central, esta corriente filosófica y religiosa se extendió por una vasta zona en tiempos de los imperios medo y persa, a lo que contribuyó el hecho de ser probablemente la religión practicada por los emperadores aqueménidas. Hasta que, primero con la derrota de éstos a manos de Alejandro Magno y más tarde con la de los sasánidas por parte de los musulmanes, tan antiguo credo comenzó a experimentar un lento pero imparable declive.
Al igual que sucede tanto en el cristianismo como en el Islam, los zoroastristas basan sus creencias en la dualidad entre el bien y el mal, estando aquel representado por una divinidad llamada Ahura Mazda, de ahí que su credo sea también conocido como mazdeísmo. Sus preceptos no difieren en exceso de los del resto de religiones monoteístas, salvo quizás por el hecho de incluir un fuerte componente ecologista. En efecto, para los seguidores de Zoroastro el respeto a la naturaleza es vital y suelen hacer coincidir sus celebraciones religiosas con solsticios y equinoccios, tal y como era común en antiguas doctrinas paganas. No creen los practicantes de esta religión antiquísima en el destino sino en la libre elección del individuo entre el bien y el mal, y esperan que al final de los tiempos llegue la salvación universal de todas las almas.
En la actualidad los zoroastristas se concentran fundamentalmente en la provincia iraní de Yazd, donde la práctica de este dogma no se ha perdido desde los tiempos del imperio aqueménida, así como en la ciudad india de Bombay, donde son conocidos como parsis debido a su origen persa. En la ciudad de Yazd se conserva un Atash Behram, o Templo del Fuego de la más alta jerarquía, uno de los pocos que todavía se mantienen en funcionamiento. Aseguran sus adeptos que la lumbre que allí arde ininterrumpidamente proviene de dieciséis tipos de fuego diferentes, que han sido purificados y consagrados de manera independiente antes de juntarlos para dar lugar a la llama actual. Al contrario de lo que pudiera pensarse, los mazdeístas no adoran el fuego sino que éste es tan solo una representación de Ahura Mazda, su divinidad.
En las afueras de Yazd existen aún dos dakhmeh, o torre del silencio, construcciones generalmente situadas sobre colinas cercanas a la población y donde los seguidores de Zoroastro depositaban los cadáveres de sus fieles. De acuerdo con sus creencias el cuerpo humano en descomposición es impuro, por lo que no debe mezclarse con elementos puros como el fuego o la tierra y, por tanto, no puede ser enterrado o incinerado. Debido a ello, cuando fallecía una persona ponían en práctica un extraño ritual que incluía el examen del cuerpo en diversas ocasiones por parte de perros especializados, para asegurarse de que el espíritu lo había abandonado por completo. Entonces colocaban el cadáver desnudo sobre unas parihuelas, que transportaban unos portadores llamados nasellars, las únicas personas que podían entrar en el dakhmeh y a los que la comitiva fúnebre seguía a distancia.
Una vez en el interior del dakhmeh, los nasellars depositaban el cuerpo en la zona adecuada dependiendo de si el difunto era hombre, mujer o niño, sin distinción alguna entre clases sociales. Entraban entonces en escena los buitres, que devoraban el cuerpo, en un proceso que podía llevar meses, dejando tan solo los huesos. Una vez éstos se mostraban blanquecinos por la acción del sol eran echados a un pozo, desde donde el agua de la lluvia los arrastraba llevándolos a integrarse por completo en la naturaleza. Esta insólita y ecológica ceremonia fúnebre dejó de ser celebrada por los zoroastristas de Irán hace aproximadamente un siglo, debido a presiones provenientes de la mayoritaria religión musulmana. Pero las torres del silencio de Yazd siguen impasibles allá arriba, en memoria de tantos fieles zoroastristas que dieron el paso desde ellas a la eternidad.
Me ha encantado… Interesante, fascinante, me ha enganchado la historia
Muchas gracias por tus palabras, Mónica. Viniendo de donde vienen, se agradecen mucho.
Un abrazo.