Como un tronco
Considerado santo tanto para la Iglesia católica como para la Iglesia ortodoxa, puesto que fue canonizado antes de la separación de ambos credos, Ivan Rilski nació en la segunda mitad del siglo IX en la población de Skrino, situada a los pies de la montaña Osogovo. Cuando era niño comenzó a trabajar como pastor y a los veinticinco años fue ordenado sacerdote. Entró entonces en un monasterio, pero la vida en comunidad no le atraía demasiado y lo abandonó para convertirse en eremita. A partir de entonces vivió aislado y en pleno contacto con la naturaleza, pasando por diversos lugares hasta establecerse cerca de una cueva situada a más de mil metros de altura en las actualmente denominadas montañas de Rila.
El ermitaño tenía una bien ganada fama de hacer milagros y fue tratado como santo ya en vida, por lo que sus seguidores comenzaron a establecerse en las inmediaciones de la cueva buscando su bendición. Este hecho llevó a la creación del monasterio de Rila, así llamado en honor a Rilski, cerca del lugar donde éste tenía su morada. Desde su fundación, el cenobio ha contado con el apoyo de todos los dirigentes de Bulgaria, debido en gran parte al respeto que todavía se le tiene al eremita que le dio nombre, considerado uno de los santos más importantes para la Iglesia ortodoxa local. No creo equivocarme cuando afirmo que es el centro neurálgico de la cultura búlgara y ha sido el depositario de su lenguaje y sus tradiciones durante las frecuentes invasiones que el país ha sufrido a lo largo de su historia.
El monasterio de Rila se encuentra a unos ciento veinte kilómetros al suroeste de Sofía, no lejos de la frontera con Macedonia del Norte. El entorno donde se encuentra situado es espectacular, rodeado de montañas cubiertas de bosques y con preciosos ríos discurriendo por los valles. En el siglo XIV sufrió una reestructuración profunda llevada a cabo por Hrelja, un señor feudal al servicio del rey serbio Stefan Milutin. De esa época se mantienen las construcciones más antiguas del complejo, entre ellas la denominada torre Hrelja, que fue realizada con fines defensivos y supera los veinte metros de altura. A mediados del siglo XV el cenobio fue arrasado durante una ofensiva otomana, requiriendo de fondos provenientes de la Iglesia ortodoxa rusa y de un monasterio del Monte Athos para ser reconstruido.
No terminaron ahí las desgracias para el monasterio de Rila. Durante la primera mitad del siglo XIX un incendio lo redujo a cenizas y hubo de ser reconstruido de nuevo, esta vez con apoyo económico de ciudadanos búlgaros adinerados. Como no hay bien que por mal no venga, el sobresaliente arquitecto Alexi Rilets se puso al mando de las obras y realizó un diseño acorde a los parámetros del Renacimiento búlgaro que se vivía entonces, otorgándole el aspecto que mantiene en la actualidad. De esa época son también las fabulosas pinturas murales, realizadas por renombrados artistas entre los que destacan los hermanos Zograf, famosos por su maestría en la realización de iconos.
Los milagros del ermitaño llegaron a oídos del zar Pedro I, que se encontraba en su residencia de Preslav. Así que el monarca decidió recorrer los casi quinientos kilómetros que lo separaban del monasterio en busca de consejo espiritual. Cuando llegó, el eremita rehusó acercarse hasta él para evitar ser contaminado con sentimientos de riqueza y vanidad, admitiendo tan solo mantener una conversación con el rey a cierta distancia. Tampoco aceptó los regalos que éste pretendía entregarle, conformándose únicamente con un poco de comida. Cuando el zar emprendió el camino de vuelta a su palacio, Ivan Rilski se tendió en el hueco de un árbol caído que le servía como lecho y esa noche durmió como un tronco.