Un remanso de paz interior
Considerado uno de los mejores ejemplos de abadía cisterciense que pueden verse en la Península Ibérica, el monasterio de Poblet fue promovido hacia la mitad del siglo XII por el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV, con el fin de conmemorar la reconquista de Tortosa de manos musulmanas. Como constructores de las dependencias monásticas, y posteriores inquilinos, eligió a los monjes de un cenobio situado en el vecino Rosellón cuyo abad era su hermano Sancho, con lo que todo quedaba en casa. Eran tiempos de apogeo del Císter, orden religiosa fundada a finales del siglo XI en la homónima abadía borgoñesa, desde donde se extendió con rapidez por el sur de Europa Occidental. Para su emplazamiento se buscó un lugar acorde a los requisitos de la orden, un valle arbolado y con abundancia de agua en sus inmediaciones.
Como buenos seguidores de los principios cistercienses, los monjes de Poblet construyeron su monasterio de acuerdo con unas reglas básicas que se aplicaban a las edificaciones de la congregación. Las dependencias monacales principales estaban organizadas alrededor de un patio central, en torno al cual formaban lo que se ha dado en llamar cuadrado monástico. La iglesia solía estar localizada al norte, ocupando ese lateral del claustro por completo. La sala capitular, lugar donde se celebraban las reuniones de la comunidad, se situaba al Este y junto a ella estaban los dormitorios de los monjes. Todo el lado oeste se dedicaba a la bodega, mientras que el lado sur se lo repartían la cocina, el refectorio o comedor y el calefactorio, único espacio del cenobio acondicionado térmicamente y que servía como escritorio y punto de encuentro. Todo el conjunto debía dar una sensación de austeridad extrema.
Con el paso de los siglos la influencia del monasterio de Poblet fue creciendo y sus abades llegaron a tener una presencia fundamental en las Cortes de Cataluña. Su jurisdicción se extendió a numerosas poblaciones vecinas y llegaron a constituirse filiales en diversos puntos del reino de Aragón. Durante el siglo XIV, cuando la observancia de los principios cistercienses comenzaba a decaer, el rey Pedro IV el Ceremonioso incrementó la importancia del abad de Poblet, hasta el punto de llegar a considerarlo su consejero. Fue entonces también cuando se creó el Panteón Real, donde yacen desde entonces ocho monarcas de la Corona de Aragón junto a algunas de sus esposas. Se da la circunstancia de que algunas de las tumbas están colocadas sobre las arcos del crucero de la iglesia del monasterio; en el que parece un intento postrero de Pedro IV, que era más bien bajito, de situarse en un nivel superior.
En su época de mayor esplendor el monasterio de Poblet funcionaba como una entidad totalmente independiente, a la manera de una pequeña población que garantizaba a sí misma todas sus necesidades. Los monjes se proveían de alimentos en las numerosas huertas que cultivaban en sus proximidades y, aparte de las dependencias monacales anteriormente mencionadas, existían muchas otras en el complejo que les permitían subsistir de manera autónoma. Entre ellas se encontraban desde un hospital a una panadería, pasando por una farmacia o una sastrería. Todo estaba meticulosamente preparado en el recinto monástico para que sus moradores pudieran llevar una vida acorde a las máximas cistercienses, que trascendían el ora et labora benedictino al añadirle el objetivo de alcanzar la santidad mediante la espiritualidad a la que lleva el estado de paz interior.
Aunque podría parecer que la denominación del monasterio hace referencia a su funcionamiento como una población de pequeño tamaño, en realidad tal término tiene relación con la abundancia de álamos, pòpul en lengua catalana, en su entorno cuando fue constituido. En la actualidad el paraje donde se inserta la abadía sigue estando considerablemente alejado y quizás fue ésta la razón que lo salvó de la ruina tras ser desamortizado a causa de la infausta ley de 1835, que acabó con buena parte del patrimonio artístico español. Probablemente su aislamiento hizo que no pasara a manos privadas y por ello se permitiera la vuelta de los monjes, aunque fuera un siglo más tarde. Mimetizado en un paisaje bucólico, donde se conjugan tanto el bosque como los cultivos, generalmente de viñedos, el monasterio de Poblet ofrece al viajero las condiciones idóneas para alcanzar ese estado de paz interior cisterciense, que queda garantizado al menos durante su visita.