Viaje al pasado
Cuando se traspasa la puerta de Bab Bou Jeloud, una de las que dan acceso a la medina vieja de la ciudad de Fez, se disfruta de una sensación similar a la que se debe experimentar si de un plumazo se retroceden mil años en el tiempo. Se acabaron los vehículos, las tiendas en el sentido occidental del término, los bancos, las oficinas, las luces de neón, los edificios de varias plantas, las anchas avenidas, los ejecutivos con traje dirigiéndose raudos a su trabajo. Comienzan a aparecer ante tus ojos formas de vida que parecían perdidas desde hace siglos: curtidores, tintoreros, vendedores de especias, afiladores. Las mercancías se transportan a lomos de sufridos asnos, que a veces dan la impresión de estar a punto de derrumbarse debido al exceso de peso. Telares artesanos, teterías tradicionales, vendedores de todo lo inimaginable, el aspecto de amalgama que se extiende por todo este espacio de enrevesadas callejuelas sorprende a todo viajero que hasta allí se acerque.
Habíamos llegado a esta ciudad tan tradicional tras un largo viaje desde Madrid. Transcurrían los últimos días de 1999 cuando le propuse a Diana unirnos a un grupo de gente que bajaba en autobús hasta Fez. Ella hubiera preferido ir en avión hasta Marrakech, un viaje menos cansado a priori, pero al final la convencí de los beneficios del viaje por carretera con el sólido argumento de los diferentes lugares de Marruecos que podríamos visitar en el trayecto. Y la primera impresión de nuestro nuevo destino no me pareció del todo positiva: la parte moderna de la villa así como la medina nueva no me resultaron atractivas y la vista de toda la urbe que se tiene desde un privilegiado puesto panorámico no me emocionó. Empecé a pensar que probablemente hubiera sido mejor ir a Marrakech.
Mis sensaciones comenzaron a ser diferentes nada más acceder a Fez el-Bali, la medina vieja. Teníamos asignados un par de guías locales, uno en castellano y otro en inglés, pues parte de los viajeros eran estudiantes estadounidenses en Madrid. Para compensar un poco los grupos, Diana y yo nos unimos al guía en inglés y nos dispusimos a comenzar la visita. Nuestro guía estaba encantado, pues descontándonos él mismo y yo el resto eran representantes del género femenino, la mayoría muy jóvenes y algunas de bastante buen ver, por lo que no perdió la sonrisa en ningún momento. Visitar este lugar de tal manera tiene algún pro, por ejemplo que no corres el riesgo de que a cada paso alguien te ofrezca sus servicios y que las explicaciones son bastante correctas. Y muchos contras, fundamentalmente que no podrás imponer tu propia cadencia, lo cual es una pena pues Fez el-Bali se merece un ritmo pausado, y que inequívocamente acabarás visitando varias tiendas por mor de la comisión.
Si hay una estampa típica en Fez el-Bali es la del patio central de la tenería Chouara, la más importante de la medina. Allí se acumulan una serie de fosas, rellenas de líquidos de diferentes colores, que ofrecen una imagen realmente exótica y fotogénica. Como siempre, la realidad es menos pintoresca y la finalidad de tales depósitos es la de sumergir en ellos las pieles con el fin de ser preparadas, lavadas y finalmente teñidas de su tonalidad definitiva. El método es totalmente artesanal y el olor que se percibe incluso desde la parte superior, muy adecuada para que los turistas hagamos la foto, es bastante insoportable debido a los productos utilizados en el proceso. Hecho que no parece importar demasiado a los curtidores, acostumbrados desde muy niños a tan duro trabajo.
Otras visitas de interés en Fez el-Bali incluyen la madrasa Bou Inania, a cuyo interior pueden acceder los no musulmanes al contrario de lo que ocurre en otros lugares sagrados de la medina. La madrasa al-Qarawiyyin, considerada la Universidad más antigua del mundo y que incluye una de las mezquitas más grandes de África. O la famosa fuente de la plaza Nejjarine, construida en el siglo XVII y que incluye unos atractivos azulejos decorados con motivos geométricos, tal y como mandan los cánones del Islam. Cuando la tarde empezaba a caer sobre la medina vieja nos dirigimos de vuelta hacia nuestro hotel y solo entonces me convencí de que mi apuesta por Fez había sido totalmente acertada.
Visité Fez hace muchos años y le dedicamos demasiado poco tiempo, tengo que volver, porque de lo que conozco del país vecino me pareció la ciudad más medieval y auténtica. Nuca deja de sorprenderme cuando voy a Marruecos que haya un mundo tan diferente a tan pocos kilómetros de donde vivo. Un saludo.
La de Fez es la medina más tradicional de las que he visto en Marruecos, y en la inevitable comparación que surge con Marrakech me parece que aquella sale ganando en cuanto a autenticidad. Sin embargo, arquitectónicamente prefiero ésta, sus edificaciones me parecen más atractivas e impresionantes. Me gustaría volver a ambas, eso sí.
Un abrazo.