Caos hecho ciudad
Casi todos los visitantes de El Cairo con los que he hablado a lo largo del tiempo coinciden en la opinión de que se trata de una ciudad absolutamente caótica. A algunos les gusta más, a otros menos, unos se sienten atraídos por sus monumentos y su diversidad cultural, otros no lo hacen, pero para prácticamente todos ellos el caos es un elemento indisolublemente asociado a la idiosincrasia cairota, una sensación que palpita en el ambiente y que casi se puede respirar. Debo admitir que, a pesar de que ya he perdido un tanto la capacidad de sorprenderme, cuando nos disponíamos a partir hacia Egipto me asaltó una sensación de intranquilidad ya poco acostumbrada a la hora de viajar, achacable quizás al hecho de ir con mis hijos casi bebés aún.
Nuestro vuelo aterrizó en la capital de Egipto una noche de finales de diciembre de 2007. Una vez finalizados los engorrosos trámites aeroportuarios de rigor nos dispusimos a buscar un taxi que nos trasladara a nuestro alojamiento. Ardua tarea, ya era bastante tarde y los taxistas cairotas estaban dedicados al descanso tras una dura semana de trabajo. Por fin, localizamos un viejo Peugeot cuyos dos ocupantes parecían estar a la espera de clientes. Acordamos el precio con ellos y tomamos asiento en el vehículo. Daniel subió a la parte delantera, junto al conductor y su acompañante; Diana, David y yo nos acoplamos en la parte trasera. Justo a la salida del aeropuerto, el conductor preguntó algo a un trabajador. Parecía evidente que no sabía dónde estaba el hotel y, cuando por fin lo averiguó, intentó incrementar el precio acordado. Ante mi negativa, se limitó a sonreír y continuamos adelante.
Conforme nos íbamos acercando a la ciudad el tráfico empezaba a ser muy intenso, hasta convertirse finalmente en un auténtico atasco. ‘Increíble’, pensé. ‘Creía que Madrid era la única ciudad del mundo donde hay atascos a las dos de la mañana’. Cuando logramos escapar de la aglomeración, tomamos una especie de autovía por la que rodamos kilómetros y kilómetros. Pude leer una señal y me di cuenta de que íbamos en dirección Alejandría, por lo que mi sensación inicial de intranquilidad volvió a tomar forma. Daniel dormía tranquilamente en brazos del copiloto. Por fin, paramos a repostar y el conductor se dio cuenta de su error por lo que retornamos por el mismo camino. Tras varias vueltas más conseguimos llegar al hotel, lo cual resultó tal alivio que dejamos al taxista una propina considerable.
Para visitar la ciudad los días siguientes decidimos movernos de un sitio a otro con la ayuda de un taxista que esperaba apostado a la puerta de nuestro hotel. No disponíamos del tiempo suficiente para un lugar tan inmenso, así que nos concentramos en zonas determinadas. El barrio copto y sus viejas iglesias cristianas, alguna de ellas de las más antiguas que existen. La Ciudadela y alrededores, donde pueden encontrarse mezquitas de las más bellas que he visitado. El desorden que reina en el bazar Khan El Khalili, auténtico caos en medio del caos. La Ciudad de los Muertos, una enorme urbe construida en el interior del cementerio de otra urbe más enorme aún. Y por fin un sitio previsible, aunque no por ello menos interesante: el fantástico Museo Egipcio, que por sí solo merece varios días de visita.
Siempre guiados por la mano maestra de nuestro taxista, que se movía como pez en el agua entre la marabunta de vehículos de cualquier condición que circulan por la población, conseguimos integrarnos en la anarquía que preside la capital egipcia hasta llegar a formar parte de ella. Impresiona la destreza de los conductores cairotas para moverse entre la vorágine circulatoria, cambiando continuamente de carril, haciendo sonar el claxon a cada momento, pasando por lugares imposibles sin el más mínimo roce, evitando a peatones, animales o cualquier tipo de objeto que pueda aparecer de improviso en la vía. Imbuidos hasta las trancas en aquel galimatías vial, palpando un desorden que casi puede cortarse con un cuchillo, atrapados en una barahúnda ciudadana que parecía no tener final, caí en la cuenta de que El Cairo no es simplemente una localidad caótica sino auténtico caos hecho ciudad.
Definición exacta: caos hecho ciudad. Justo ayer regresé de El Cairo, fue un viaje de 5 días por motivos de trabajo por lo que no me moví de la ciudad. Aquello va de mal en peor, el tráfico es algo alarmante durante las 24 horas del día. Estaba alojada en un hotel junto al río enfrente del Museo pero se necesita valor para cruzar las «calles» sin semáforos en medio de la jungla. Sólo encontré un poco de sosiego en la isla de Gezira, donde se encuentra la Torre mirador. Y ya no te digo cómo es tratar con la Administración, otro caos igual o superior al tráfico.
Un abrazo
Vaya casualidad, Maria Teresa. Lo de cruzar las calles en nuestro caso, cuando David iba todavía en carrito, fue un ejercicio de riesgo que logramos solventar en muchas ocasiones con la ayuda de nuestro taxista. Pero cuando estábamos solos pasamos algún que otro mal momento. En cuanto a tratar con la Administración egipcia supongo que debe ser kafkiano.
Un abrazo.
Buena descripción de El Cairo. Por mi parte soy de los que tiene una opinión más bien desfavorable de la ciudad, pero con matices, porque me gustó muchísimo la Ciudadela de Saladino, el Bazar de Jan el Jalili, o el Museo Egipcio. Saludos
En parte estoy de acuerdo contigo Dani, pero mi impresión sobre la ciudad en general es muy positiva. No me importaría volver a El Cairo, aparte de visitar otros lugares en Egipto como Abu Simbel que se me quedaron en el tintero.
Muchas gracias por tu aportación.
Qué gran relato del caos cairota. Yo una vez le conté a Los viajes de Paco, Vero y Helia la anécdota de un taxista que mientras yo sujetaba la puerta que se abría y no cerraba bien, él se inclinaba hacia el asiento del copiloto, hacía girar la manivela para abrir la ventana y de esa guisa seguía conduciendo mientras preguntaba a algún compañero cómo llegar a nuestro destino.
Discrepo en una cosa contigo Floren: yo creo que si se rozan pero les da igual 😉
Ya quisieran los pilotos de F1 conducir como los cairotas, Mónica. Tras pasar decenas de veces por lugares imposibles a bordo de nuestro taxi me pregunté como aprenderá a conducir esta gente. Y lo bueno es que la mayoría serán autodidactas seguro, supongo que ya deben llevarlo en los genes.
Un abrazo.
Gran post Floren. El Cairo me pareció una locura total, pero me lo pasé muy bien. Una anécdota: para cruzar sin semáforos ni pasos de cebra la avenida principal que tiene 6? 7? carriles, lo pasamos tan mal que al volver mi madre pilló un taxi solo para cruzarla hasta el otro lado. Vaya cara que se le quedo al taxista cuando le dije que nos bajábamos una vez en la otra acera…
Curiosa anécdota, Nacho. Supongo que el taxista pensaría que los españoles estamos locos, como hacía Obélix respecto a los romanos. 🙂 Creo que en esa misma avenida que mencionas pasamos un mal momento intentando cruzarla mientras los coches nos sorteaban a toda leche por todos lados. Ahora me parece divertido, pero entonces, con David en el carrito y Daniel muy pequeño aún me acordé de bastantes familias de conductores cairotas.
Muchas gracias por tu comentario.