Ser o no ser
Dentro de la larga lista de lugares que soñaba visitar de niño, el Mar Caspio ocupaba un sitio preferencial. Aunque no ejercía sobre mi imaginación infantil la fascinación absoluta que me causaba el relativamente cercano Mar Muerto, me sorprendía sobremanera el hecho de que pudiera existir un lago de tamaño superior al de las, por aquel entonces, dos Alemanias juntas. Porque, a pesar de su equívoco nombre, yo estaba convencido de que aquella enorme acumulación de agua salada, alimentada por el intenso caudal del río más largo de Europa, el Volga, solo podía ser un lago. ¿Cómo iba a ser un mar, si su contorno estaba cerrado por completo y carecía de comunicación alguna con un océano u otro mar de tamaño superior al suyo?
Para hacerse una idea del masivo tamaño del Caspio, basta el dato de que su superficie concentra casi la mitad del conjunto de aguas interiores que existen en todo el Planeta Tierra. No es de extrañar, por tanto, que las civilizaciones que fueron proliferando en sus orillas a lo largo de los siglos lo consideraran prácticamente un océano. Es ésta la razón por la que todas las lenguas que se hablan en sus alrededores se refieran a este lago monstruoso con el apelativo de mar, pues tal es el papel que tradicionalmente desempeñó para los pueblos que allí se establecieron. Curiosamente, la denominación con la que es conocido en Occidente proviene del nombre hindú Kasyapa, que dio origen al término Caspi con el que era designada una tribu establecida en su ribera.
Aunque sus habitantes más conocidos son esos esturiones cuyas huevas tan apreciadas los han puesto al borde de la extinción, como todo buen lago que se precie el Caspio presume también de monstruo. Y es que en plena Guerra Fría los servicios secretos estadounidenses detectaron un extraño aparato de grandes dimensiones surcando sus aguas, al que pronto empezaron a referirse como monstruo del Mar Caspio. En realidad se trataba de un ekranoplano, mezcla entre avión y hovercraft que los soviéticos producían con fines militares. Su enorme tamaño y la velocidad que alcanzaba les servían de gran ayuda para trasladar sus tropas de un sitio a otro de manera rápida y eficiente. Pero su final no fue del todo feliz, pues parece ser que el monstruo del Mar Caspio terminó estrellándose sobre la superficie del lago en un episodio rodeado del oscurantismo habitual en la época.
Situado en una zona de recursos naturales casi inagotables, la obtención de petróleo y gas natural en sus márgenes se ha incrementado considerablemente en los últimos tiempos, amenazando el valioso ecosistema que lo habita debido al correspondiente empeoramiento en la calidad del agua. Es previsible que la producción de hidrocarburos siga creciendo, lo que pondrá en peligro a numerosas especies endémicas que allí tienen su hábitat. Entre ellas destaca la foca del Caspio, uno de los pocos pinnípedos que no vive en aguas abiertas. Los científicos consideran a esta familia una evolución de focas primitivas que quedaron aisladas en este lugar cuando se separó del mar al que estaba unido, hecho que se estima sucedió hace más de cinco millones de años.
No podía imaginar en aquellos tiempos infantiles que vería el Mar Caspio por primera vez en un país de nueva creación, cuyos habitantes ni en sueños podían pensar entonces que algún día vivirían en un estado independiente. Pero eso fue lo que ocurrió años después, cuando nuestros caminos se cruzaron en Bakú, la hermosa capital de Azerbaiyán. Aunque en un primer momento mi comunicación con él fue únicamente visual, un par de días más tarde, en esa península de Abşeron que se adentra en sus aguas como si fuera una daga penetrando el cuerpo del enemigo, no pude evitar acercar un poco de su transparente fluido a mis labios. Y su sabor, apenas levemente salado, acabó de convencerme de que aquella pradera azul que se extendía ante mis ojos hasta el infinito no era el mar, sino simplemente un lago con la inocente ilusión de emularlo.